martes, 23 de mayo de 2017

Oliver Welden (Santiago-Chile-1946-2021)



Poemas de Oliver Welden


ADVERTENCIA


Ërase un hombre solo,
demasiado solo;
cuando sentado en el baño
dejaba correr el agua
para escuchar su sonido;
En su oficina de correos dialogaba
con las cartas y en sueños
visitaba a los destinatarios. Falleció
la primavera recién pasada:
al cajón le ajustaron las manillas por dentro
para que esa mañana
se condujera solo al cementerio.





Solitario serrallo en prosa para una mujer de caderas andinas



Te veo en una fotografía del busto para arriba, en blanco y negro,
mirándome fijo, con el Océano Pacífico al fondo y el manchón
borroso,
justo sobre el horizonte, allá lejos, a tu derecha y a tus espaldas,
del pelícano que en ese momento preciso pasó volando con su
inmenso pico.
Y tu cabello peinado por el viento de Tarapacá y tu brevísima camisa
de vuelos amarillos sobre tus senos redondos y veo tu boca.
Levemente morena la piel contra el bordón blanco de la espuma del
mar
y tus ojos quietos -siempre tus ojos- negros y húmedos como la uva
negra
de donde vino mi vino Pintatani. Era roja tu falda, una cuarta
sobre la rodilla, chupando todo el fuego del sol: y no tenías traje de
baño
debajo ni calzón ni nada en esa soledad de agua y de sal y arena
y de cielo azul, en el Norte de Chile, donde entre Antofagasta y
Arica te amé
sobre la arena y en el agua, años y años amándote en las alturas de
Parinacota y Toconao
-en las alturas cimas de tus pezones chilenos- y en la profundidad
estrecha
de tu bajo vientre latinoamericano, en la fosa marina continental,
placa tectónica llena de mariscos, moluscos, jaibas, erizos y conchas
vivas:
ambos con los dedos de los pies y los talones cavados en la playa.
Y me miras todavía desde una fotografía que yo tomé hace más de una
vida.



Lo que aquí ves construido

Todo lo que aquí ves construido, el cimiento de cemento y sobre él la
casa,
fue armado con medidas de amor y tiempo, pero hoy aparecen los
candados
con sus llaves perdidas, las puertas descuadradas, el polvo y las
cadenas,
confundiéndolo todo, los papeles y las ropas, los zapatos cambiados,
el alimento frío y nada se escapa al desorden: los vasos sucios,
el vino destapado, el pan cubierto de moscas y la casa entera
que levemente tiembla con el sordo rumor del abandono.
Gira el día de la mañana a la tarde y de la tarde a la noche y con el
giro
la luz se desplaza de los libros en las repisas a las ollas en la cocina,
del piso al cielo raso, del suelo al tejado, del techo al aire,
para que una sombra caiga de golpe y pesada, al igual que este amor
oscuro
que hoy te hace desaparecer llevándote todas mis palabras.



Tu gran estómago de bebedor viejo


Tu gran estómago de bebedor viejo reluce esta noche
como una bola cubierta de oscuros pelos.
Por la radio se escucha la música de la película Zorba
y es muy tarde para recordar el nombre de pila de Teodorakis
mientras tu mano hace miriñaques con el filo de la navaja.
Qué disculpa te darás cuando amanezca?
Por ahora son tuyos los sueños de los luminosos bebedores
y también a no dudarlo eres cada vez más distante.
La cena que te has servido será repetida te lo prometes
pero tal vez en qué otra circunstancia menos lenta que ésta.
Mañana recogerás la cuchara el único plato sucio la copa
Y descubrirás su fondo marcado sobre la tersura del mantel.


Cuestión de tiempo

Retornas apoderándote de mis viejos calcetines y es
firme tu asidero en el diseño de la lana.
En cuestión de horas ya tienes revisados mis hábitos
de siempre, el ínfimo itinerario de mis cosas
diarias y con todo has decidido castigarme poniéndome
en los ojos tus ácidos sostenes. Yo castigo
es el verbo que conjugas de memoria: tú me castigas
y haces otra vez girar el tiempo para detenernos a mirar
tal vez cualquier puesta de sol,
sin saber a ciencia cierta quien naufraga o quien devora.



Lo que dicen tus manos

No alcanzo a medir lo que dicen tus manos
pegadas a la ventana del autobús que parte:
si un adiós a la luz de la velocidad del camino
o la señal de que me tocas a través del vidrio:
es el ritmo del motor lo único que me llega.
Y así nos vamos de ida y de regreso,
sin que nada otra vez quede de esta nueva partida,
sólo la imagen de tus manos.


Oliver Welden: Santiago de Chile,1946. Autor de: Anhista (Santiago, 1965); Perro del Amor (Antofagasta, 1970); Fábulas Ocultas (Lar, 2006); Oscura palabra (2009, edición personal). Mantiene inéditos: Corazón de la Sangre, Testimonio del Escriba, El Libro de Eugenia. Poeta de larga trayectoria en las letras nacionales. Mantuvo treinta años de silencio viviendo en Estados Unidos. Hoy radica en España y Suecia, simultáneamente. Junto a Alicia Galaz, dieron vida a Tebaida, una de las revistas literarias más importantes, junto a Trilce y Arúspice, del concierto literario chileno de las décadas 60 y 70.


editor

1 comentario:

  1. Grande Oliver, viejo "Perro del Amor", saludos amigo.

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