domingo, 21 de junio de 2015

20 de junio – Día de los refugiados



Junio 20, 2015

Por 
Gabriela Etcheverry

(Aparecido en La Cita Trunca)

http://etcheverry.info/hoja/actas/cronicas/article_1858.shtml
 
Ser refugiado es mucho más que no tener hogar. Significa que alguien decidió tu destino en alguna oficina distante, frente a un mapa. En su mayor parte un gobierno extranjero, una transnacional, pero algunas veces tu propia gente, tu mismo gobierno. Un puñado de gente con armas y poder decidió que preservar tu vida, tu hogar, tu país, tu gente, tus costumbres, tu manera de vivir no valía más de lo que valía el petróleo bajo tus pies, los bosques que te alimentaron por generaciones, las tierras donde pastaban tus animales. Decidió que ser diferente no está permitido, que la religión cristiana es la mejor, que no hay nada mejor que la empresa privada y la democracia. Esas diferencias las usaron de pretexto para el pillaje a escala global, que se vale del poder y las guerras para ocupar pueblos, robar sus recursos y sembrar la muerte y el caos. Tuviste que huir para salvar el pellejo que es lo más preciado que tenemos o te echaron fuera a punta de bomba y metralla, de patadas, o te llegó al tuétano ese miedo ubicuo e indiferenciado que te amenazaba tanto o más que el zumbido de los drones. En el camino quedaron muchos de los tuyos, reventados de hambre y de sed, algunas mujeres que conocías violadas, algunos niños, algunos viejos, que simplemente no les dio el cuero para seguir corriendo o fueron alcanzados por las balas o las bombas. Y los que decidieron que tu modo de vida no valía la pena preservar están ahora jugando al golf en campos verdes recién regados mientras tú bebes agua contaminada, si es que eres de los suertudos y tienes algo para beber. ¿Trabajo? Todos los días crece el grupo de jóvenes impacientes por un empleo, mente y cuerpo desperdiciados mirando pasar los días de una vida adulta que nunca empieza, destituidos hasta de la posibilidad de amar y formar un hogar. Y los que te empujaron fuera de tu hogar y te tienen donde estás ahora, esperando la comida que te lleva la caridad, están ahora cenando en un restaurante lujoso donde una cena cuesta lo que tú ganarías en meses de arduo trabajo. Y después, cuando llega la noche y los comensales se han ido, las sobras del día de ese restaurante que van a la basura servirían para alimentar perfectamente a varias de las familias de tu campamento. Y los que decidieron que esa carpa de lona que un viento fuerte se la vuela era buena para ti y los tuyos viven en casas sólidas, protegidos del frío y del calor excesivo, donde cada hijo, cada hija, tiene un cuarto para él solo, para ella sola, con televisor y computador, con baño privado o semiprivado, duchas de agua caliente, mientras tú estás arrumado con toda tu familia, sin tener siquiera un lugar privado donde hacer tus necesidades. Y hasta tu campamento llegan los que te traen pan y agua, algo de comida que todos devoran con ansias, a sabiendas que esa generosidad, por suerte no toda, proviene de los mismos que causaron tu ruina, simplemente la otra cara de la misma moneda. Con una mano te quitan todo y con la otra te dan migajas para preservar ante el mundo su titulo de naciones justas, cristianas y democráticas.

DE ROKHA: EL JAGUAR EN EL PANTANO


Después de mi crónica sobre Pablo de Rokha, aparecida en mi blog personal de literatura http://carlosamadormarchant.blogspot.com/2012/11/el-difunto-de-rokha-se-levanta.html
, nuestra amiga y destacada escritora chilena Virginia Vidal, dijo:

"Felicitaciones, Carlos Amador, por tu bello y merecido homenaje a De Rokha.
 Incitas a leer al gran poeta; sólo el conocimiento de su poesía puede permitir comprender su sabiduría, su fuerza, su consecuencia.
 Lo conocí y disfruté de su generosa hospitalidad.
 Te mando algo que escribí sobre él hace tiempo".
 Abrazos,
 Virginia.


DE ROKHA: EL JAGUAR EN EL PANTANO

        Virginia Vidal

Carlos Díaz Loyola nació en 1894, provincia de Curicó, en Licantén o lugar de
 piedra en lengua mapuzungun, inspirador del seudónimo Pablo de Rokha. Casó
 con Luisa Anderson, Winétt de Rokha, sensible y original poetisa que aún no ha
sido valorada como se merece, y tuvieron ocho hijos, todos artistas. Él no olvidó
jamás esa miseria que le mató a a dos hijitos cuyos cajones hubo de cargar hasta
el cementerio. Por si fuera poca la injuria a su paternidad, más tarde, otros dos hijos
se le suicidaron.
El Premio Nacional de Literatura que se le otorgó en 1965
fue un reconocimiento tardío. Viudo desconsolado, el formidable
cantor de una sola amada, gozador de los alimentos terrestres y
amador de la vida se mató de un balazo en 1968.
Pablo de Rokha desde muchacho sufrió la censura, primero, por
leer poesía y luego por escribirla.
A los dieciséis años lo expulsaron del seminario por hereje: se lo
sometió a la censura del Index católico por leer a Nietzche,
Rabelais y Lautreamont.
Diez ejemplares vendió de Gemidos (1922), ejemplo de la 
vanguardia, primera muestra de una lírica brotada de los conflictos
sociales de un pueblo inmerso en dolor y sufrimiento —:
"el resto fue utilizado para envolver carne en el matadero”
 dice el propio autor.
Se le cerraron las puertas de las editoriales y recibió el oprobio
de la crítica.
Se le negó el derecho al trabajo. Al revés de otros poetas, a él
jamás se le otorgó un cargo público ni dentro ni fuera del país.
Sólo el presidente de la república Juan Antonio Ríos, en
1943, al saber de su reconocimiento internacional como
“centro de tormenta de la poesía de América” (según el
escritor H.R. Hays, Universidad de Yale), le encomendó de
recorrer todos los países del continente en misión cultural.
Marginado, empujado a oscuras fronteras, condenado a
sobrevivir con precarios medios, escribió su poesía y debió
autoeditarla. Sin distribuidor, recorrió el país de punta a 
cabo ofreciendo, bajo el sello “Multitud”, volúmenes color
fuego con letras negras. De Rhoka probó ser empresario de
sí mismo: no sólo escribir sino también autoeditarse, distribuir
y vender sus libros. Ya sabemos su fin.
¿Debemos seguir su ejemplo en este sentido? ¿O tan solo en
el de su inexorable dignidad?
Víctima de doble censura política, su omisión en la prensa de
izquierda —agudizada por su enemistad con Pablo Neruda—
irradió a los círculos intelectuales del mundo.
Para los sectarios y censores, aceptarlo fuere connivencia con
los enemigos del pueblo, repudio a toda causa progresista:
“Había temor a editarlo, había presiones a todo vapor,
amenazas, compromisos tortuosos y subterráneos, odios
ramificados hacia Buenos Aires y Ciudad de México,
pasando por Montevideo y Caracas; (...) estaba aislado y
suprimido, (...) convertido en el gran enfermo de peste
encerrado en vida, a solas con su genio y sus recuerdos”,
testimonia otro gran censurado, el novelista Carlos Droguett,
Premio Nacional de Literatura 1970.
Para el español León Felipe, “De Rokha es no sólo el más
gran poeta de América, sino el más gran poeta de la
lengua castellana en el siglo veinte”. Pero España tampoco
publica al temible de epítetos, imaginador del “Dios borracho
que llora meando en todas las esquinas del universo”.
El jaguar en el pantano legó a los lectores de la lengua castellana
cuarenta libros donde aún se cierne la sombra de la censura. ***

(02.05.2008)

Hoy a los 92 años se va mi amigo y Maestro Tonino Guerra



Escribe Luis Sepúlveda
(extraído de su blog)
 
Hoy, a los 92 años nos deja ese muchacho eterno y formidable llamado Tonino Guerra. Uno de los grandes guionistas del cine italiano y mundial, autor de guiones tan memorables como los de "Amarcord" y "Blowup", y además un Poeta enorme en el más justo sentido del término, un Poeta con mayúsculas al que podemos leer en español gracias a la formidable traducción de sus poemas que hizo el Poeta valenciano Juan Vicente Piqueras.
Conocí a Tonino en el festival de cine de Cannes, durante una cena. Yo estaba paralizado de emoción pues sentado junto a mi tenía a un genio del arte de contar historias en la pantalla grande: Michel Angelo Antonioni, que aquejado de una enfermedad que casi le impedía moverse, apenas podía hablar, pero con su mirada lo expresaba todo.
De pronto los ojos de Antonioni se iluminaron más todavía y, auxiliado por su esposa, se incorporó para abrazar al elegante y venerable anciano que se había acercado a nuestra mesa. Era Tonino Guerra , y yo agradecí a la vida por esa oportunidad de estar junto a dos gigantes a los que tanto admiraba.
Tonino habló con su amigo Antonioni sin dejar de acariciarle las manos. Había amor de amigos en ese gesto, un amor fuerte que borró la angustia que sentía Antonioni por no poder expresarse con entera nitidez. Y luego, ese hombre de estatura pequeña, de cuerpo frágil, compañero de andanzas de Fellini, de Ettore Scola, de Ennio Flaiano, del gran Sabatini, tomó mis manos y sin dejar de mirarme a los ojos dijo:
-  Caro mío. Leí el guión de tu película Nowhere, me ha gustado mucho pese a que temo a las ideas corales. En suma, te ruego que vengas a mi casa de Rimini para darte algunos consejos.
Lloré, claro que lloré frente a la generosidad de un Maestro, de un sabio, y le indiqué mi disposición de ir a su casa cuando lo estimara conveniente.
Dos días más tarde, junto a Massimo Vigliar, mi noble amigo y productor de mis películas Nowhere y Corazón Verde, viajamos a Rimini. En el camino pensaba en qué honor tan grande me brindaba la vida. Oír la opinión y los consejos de un Poeta enorme como Tonino Guerra era un premio, ¡era un gran premio!
Ya en su casa, me invitó a dar una vuelta y sugirió que nos sentáramos a conversar en uno de sus rincones favoritos. Era un jardín lleno de plantas aromáticas, desde la albahaca al orégano, del romero al eneldo, de la yerba luisa al cilantro, todas cultivadas por él. A ese lugar lo llamaba "El Jardín de Los Aromas Olvidados".
Justo al mediodía me llevó al extremo más soleado del lugar. Ahí había y hay una pequeña estatua que, vista desde una óptica horizontal representa a dos palomas en el momento de levantar el vuelo, pero cuando el sol se situó exactamente encima de la estatua, las palomas proyectaron una sombra mágica y hermosa: eran los perfiles de sus queridos amigos Federico Fellini y Giulietta Masina en el momento preciso en que se daban un beso tan fugaz como el desplazamiento solar. Y esa estatua de homenaje al amor de sus amigos también era obra de Tonino Guerra .
Recibí de Tonino Guerra los mejores consejos que puede recibir un guionista, pero formulados sin la menor pedantería ni la autoridad que le confería su enorme experiencia, sino con el mismo cariño de amigo con que más tarde compartió conmigo un pan recién horneado por el panadero de su pueblo. Caminando, me repitió que, si estaba de acuerdo en que el guión era la estructura que sostenía todo el peso de la película, entonces también concordaba en que debía ser una estructura tan sólida como elástica. "Una estructura asísmica", indicó Tonino Guerra .
Seguí todos y cada uno de sus consejos. Todos eran justos, acertados, hacían más ágil la historia, por primera vez pude "ver" mi película antes de rodarla y, por sobre todo, daban un gran protagonismo a la ternura como la gran fuerza de los personajes. "La única épica legítima está en la ternura", me enseñó Tonino Guerra.
Una semana más tarde le envié el guión corregido, y a los dos días me llamó por teléfono.
-  Caro mío; Ahora sí que es un guión como me gustan.
Medio año más tarde, con Guiseppe Lanci como director de fotografía, Roberta Allegrini como "camara woman" y un equipo de ciento ochenta personas, empezamos el rodaje de Nowhere en el norte de Argentina, en la provincia de Salta, en un desierto cerca de la frontera con Bolivia. La primera vez que ordené ¡acción! y tras el golpe de claqueta empezó la aventura, dedique esa primera toma a mi Maestro Tonino Guerra .
Durante el rodaje, Tonino me llamaba cada dos o tres días. Quería saber qué había filmado, desde Italia seguía, guión en mano, las secuencias que conseguía rodar en Argentina, me pedía que le describiera los planos, me insistía en que mi gran aliado era mi director de fotografía, y o continuaba recibiendo los sabios consejos de mi amigo.
-  Caro mío; vas bien, nunca olvides la poesía de las pequeñas cosas, no escatimes en planos secuencia pues siempre son de gran ayuda durante el montaje, haz del plano secuencia tu diario de dirección y siempre memoriza cada detalle del último plano que filmaste. Y si los productores te dicen que gastas demasiada película mándalos a tomar por culo: tú eres dios en tu película.
Volví a verlo muchas veces. Tengo un gran tesoro; un libro inédito de Tonino Guerra , ilustrado por él mismo, que me regaló como prueba de amistad durante las celebraciones de sus ochenta años. Tonino era la generosidad en estado puro.
Y hoy se fue mi amigo, mi venerado Maestro: Il mio carissimo Tonino Guerra.

21 de marzo de 2011

No hay presupuesto para la cultura?


¿NO HAY PRESUPUESTO PARA LA CULTURA?
Por Cristián Vila Riquelme
(Escritor chileno y Doctor en Filosofía)

Parece que a pesar de tener como ministra de cultura a la mayor experta en gestión cultural de este largo país de desastres, las cosas o son porfiadas o son invisibles, porque a donde se mire hay un vacío casi multitudinario en lo que se refiere, precisamente, a las gestiones culturales. Se gastan dineros en maletines con libros (sin ningún orden ni concierto), en armar nuevas salas de exposiciones que permanecen vacías, etc., pero no se aumentan las bibliotecas, no se incentiva realmente la lectura, no se baja el IVA de los libros, no se traen exposiciones de otras partes del mundo, no se estimula el conocimiento real de la música contemporánea, no se proponen políticas públicas realistas y eficaces para la promoción de las iniciativas culturales en las zonas pequeñas o más alejadas de los centros de decisiones, no se consulta con los verdaderos actores de cada una de las ramas y géneros de lo que llamamos cultura porque se prioriza la mediocridad o favoritismos de los politicolides que nada saben que no sea de looby (como el reciente y vergonzoso caso en el otorgamiento del Premio Municipal de Literatura (2007) de Valparaíso a la persona que no había determinado el jurado), y así, un largo etcétera. ¿Panorama desolador? No lo creo.
Lo que hay es una mala elección de las personas encargadas de tales eventos o decisiones y, por lo tanto, una mala elección de políticas públicas que realmente reviertan la situación lamentable en la cual se encuentra la cultura en Chile. Ramón Díaz Etérovic, en un artículo publicado en el diario francés Libération daba cuenta de cierta realidad respecto al ejercicio de la escritura en nuestro país. Dada la nada reinante, publicar un libro hoy aquí en Chile es apenas una gotita de agua que se pierde en el océano del consumismo. Phillip Roth, el gran escritor norteamericano, hablaba de que en EEUU hay más o menos unos 30.000 lectores de verdad, es decir, de esos tipos que se enteran de los libros que han sido publicados, que los compran y los leen, y que, por cierto, comienzan a tener sus preferencias lecturales y siguen la trayectoria de sus autores predilectos. No hay nada más que decir. Sólo imaginemos la cantidad de norteamericanos que no son lectores. Por eso Díaz Etérovic es más modesto y habla de una gotita de agua… No faltaba más.
Estamos a tres años del bicentenario y todo se revuelve en un maremagnum de presidenciables, de desalojos, de enojos, de acusaciones mutuas, pero nada que tenga que ver con un país que muestre una cultura bicentenaria como tal. ¿Dónde está el rescate magno de nuestros escritores tutelares y fundacionales? ¿Dónde el rescate de nuestra plástica nacional que no sea sólo un encierro museal? ¿Dónde el rescate de nuestros músicos como Pedro Humberto Allende, Leng, Fallabella, Cotapos., Soro, y tantos otros, con conciertos itinerantes y edición en CD con sus obras? ¿Etc? Y no vengan con que sólo es falta de plata.


Crónica escrita el año 2007.-

UNA LECTURA




Por Guillermo Rivera



1. Llego tarde a la plaza Sotomayor. El bus se ha ido. Llamo por teléfono y el teléfono no responde o no funciona. El otro poeta invitado no está. Pasa el bus y me recoge. Dieron la última vuelta. La encargada desde la pisadera me pregunta el nombre, mi número de rut. Chequea una lista, escribe algo, me indica uno de los asientos.
El bus está lleno. Una pequeña pieza de avión empobrecido, de latas sueltas, deslizándose a ras de suelo por la calle Independencia: con mimos y bailarines, cantores y chinchineros, sonoras y chicas jóvenes, trasnochadas. Descendientes de la noche con tatuajes en los brazos y los hombros.
Observo las calles vacías, los negocios con sus cortinas metálicas cerradas, Aquí, pienso, radicaría una moral. Palabras conocidas por todos en frases conocidas por todos. Sin embargo, no me concentro, dormito. A la altura de Peñuelas saco un libro del maletín y procuro leer. Leo “Flaubert: una manera de cortar, de agujerear el discurso sin volverlo insensato.”

2. Al llegar a Cartagena los organizadores del evento dan las instrucciones. Hay tres escenarios en la Avenida Playa Chica y uno en la plaza. Los artistas se reparten, se dispersan. El día de la cultura extiende su mano invisible en una mañana aún fría y luminosa.
En la plaza ya se trabaja en la amplificación y los afiches. Somos cinco poetas, el lugar comienza a llenarse y falta media hora para la lectura.

3. El poeta de Isla Negra es amable, conversador, es parte de la organización del evento. Marcela es del Tabo, es tensa, y ha obtenido un par de segundos premios en concursos de poesía regional. María Antonieta, está sobre los cincuenta años, pertenece a la agrupación de poesía Don Quijote, y ha sido temporera. Adriana es mayor aún, tiene el pelo blanco, y su poesía, dice, surge de lo que ve, de lo que vive.

4. Después de la lectura nos entrevistan de un periódico local. La pregunta es sobre la importancia de estos eventos. No recuerdo bien lo que dije. Hablé de la posibilidad de mirarnos a nosotros mismos desde la provincia, de la posibilidad que esa mirada rompa esa idea de lo pintoresco o lo turístico que turistas precipitados acostumbran mirar. Que no es necesario sobre interpretar nada.

5. Más tarde partiremos al almuerzo en el restauran Bahía. El comedor es amplio, con mesas redondas y vista al mar. Adriana conoce a los hermanos Madariaga, los vamos a saludar y decidimos compartir la mesa con ellos.
La verdad es que los Hermanos son padre e hijo, están vestidos con trajes de huaso y son conocidos payadores de la zona. Mientras almorzamos, el padre habla de la organización del último encuentro de payadores en Placilla, de sus alumnos en la sexta región. Adriana inmediatamente compone un poema y nos nombra a todos en él. Es un poema pícaro. De una viuda pícara. Después hablamos de música popular, de talleres, de décimas e improvisaciones. Entonces pienso en la fe. Pienso en Pablo de Rokha, en la gente con la cual de Rokha decidía compartir.
Cuando terminamos el pollo con arroz –y después de varios brindis- escucho a los hermanos Madariaga definir la poesía oral. Dicen que es una cuestión de vida.
Entonces para mí el tiempo se rompe, aparece el evento de un modo natural, sin ese ruido del lenguaje que se posesiona del espectador en un orden fijo. En tanto pasamos de Pedro Urdemales a Vicente Huidobro, de las adivinanzas a Nicanor Parra, arrasando con los apóstoles de la poesía única basada en un personaje o en un nombre.
6. En media hora más leeremos en una de las terrazas del balneario. Nos presentaremos compartiendo escenario. Entonces aprovecho de salir y dar una vuelta por la calle que bordea la playa. Veo gente pasear en familia, veo juegos de taca taca, vendedores de manzanas y artesanías. Veo dueñas de casa perderse en unos pasajes que conducen a viejas casonas de principios de siglo. Desde un puesto veo perderse la música de Sumo que se extiende hasta las figuras dibujadas de los calendarios y agendas, donde, también, se pierden los rostros de Allende, los banderines de Santiago Wanderers y las muecas de Homero Simson. Mientras el aire hace que yo mismo me pierda en una especie de expectación que sube desde las calles para quedarse ahí.

7. Los poetas leemos en la terraza y los hermanos Madariaga hacen su presentación. El público aplaude y nosotros nos abrazamos.

8. El sol cae y se esconde. Son más de las siete de la tarde y debemos tomar el bus de regreso en el mismo lugar que nos dejó. Observo que, mientras actúa el último grupo musical, las nubes son delgadas y blancas como si una espátula invisible extendiera un decoroso telón sobre Cartagena donde la banca rota de Cartagena no está.
El bus no aparece, me siento en una banca y presto atención a los últimos paseantes de la playa. Al lado mío, acompañado por su familia, un chico con síndrome de Down se mueve con los ojos llenos de asombro.


La crónica fue escrita el año 2007.-

Una imagen de la Estación Puerto (Juan Cameron)



Una imagen de la Estación Puerto
Por Juan Cameron

Recuerdo el poema Valparaíso, de Ennio Moltedo. Se refiere a la Estación Puerto, ese lugar que marca el fin del mundo, el punto de partida hacia ninguna parte y la imagen postal de un sector de la ciudad cuyas torres lo flanquean como dos columnas misteriosas. Para el poeta es un lugar destruido, sin futuro y que sólo alberga al letargo que transcurre sobre un tablero de ajedrez: “un panel de piedras relucientes por el paso de las botas de la muerte, hoy”, dice Moltedo.
El poeta Patricio Flores Rivas elige precisamente este lugar como símbolo de un mundo mayor que habita su memoria. La oposición entre el punto de llegada, la estación, y el de partida, el puerto, crea un ineludible sentimiento de pérdida, de ese estar semejante a la nada, a la detención absoluta. El paso de lo concreto a lo ideal y desconocido, de la tierra al mar –por definición infinito- es símbolo, sin embargo de una muerte generadora de vida y de una visión que, en definitiva, encarna a la esperanza.
La aparición de Estación Puerto representa un renacer en la poesía de Flores. Sin duda quien conoce su obra hallará aquí una escritura otra cuyo ejercicio beneficia la concentración y el ritmo. Frente a sus anteriores producciones, Homenaje a los volantines (2003) y Andenes de fuego (2005), Estación Puerto constituye un reinicio y da cuenta un paso más allá en el desarrollo de su escritura.
Curiosamente observará el agudo lector que el elemento aire, como paradigma de la libertad, cruza todos sus títulos. El aire contiene tanto al viaje como al fuego, el volantín que traza su escritura y viento que recorre los andenes llevándose las fumarolas, la infancia y los recuerdos.
Esa estación terminal es parte, entonces, del renacimiento. Los amantes así lo intuyen y cuando “Se despiden,/ tienen trenes mendigos a la gira;/ tienen océanos entre los rieles lastimados./ Ya no juegan: la estación Terminal anuncia la partida”. Y, sin embargo, la nueva jornada está allí, al alcance del protagonista. Flores lo refiere a veces en tercera persona; pero no cambia de personaje cuando anuncia: “Para la segunda romería,/ cató candelas blancas,/ embriagó los lamentos/ y despejó el cielo a bocanadas”.
Antes de la llegada a ese punto la bestialización es el mejor recurso para retratar a lo amantes. Hay un sujeto escondido y escindido en un zoomorfismo que a la vez lo delata y lo compromete como actor. Y al mismo género responde la figura femenina en este cuento. Si bien el héroe es “Ese animal que reflejo en las aguas (...) esa bestia que habito/ mastodonte que arroja ira”, la contraparte es algo más que la dulce loba quien no desata los andamios de tela y no responde a los requiebros del amado. Ambas imágenes pueden interpretarse a partir de símbolos bien establecidos: la figura de Narciso sucumbe, puesto que no podrá reproducirse en la piel de aquella protegida tras un opaco templo. Después de todo, dice el poeta alejado del personaje, “Tú querías su vino y su cuerpo/ Ella quería tu alma y tu vino”.
En cierta medida se trata de una estación terminal. El texto de igual nombre -que pudo perfectamente haber sido el título de este libro a no mediar sus negativas connotaciones- da cuenta de ese encuentro e indica el lugar “donde se acaban los regresos” puesto que “la estación terminal anuncia la partida”. Un logrado texto cuya vibración nos traslada al dolor y a un escenario decadente propio de un film posmoderno.
Patricio Flores es un poeta nuestro. Aunque nacido en la comuna de San Miguel, en 1969, su familia pertenece a La Cruz Abogado, ejerce su profesión desde 1996.


Crónica escrita el año 2007.-

Una gran atracción popular (Daniel John Nappo)


Una gran atracción popular: reflexiones enseñando el cine mexicano
Daniel John Nappo
Profesor asistente de español
Universidad de Tennessee en Martin
Octubre 2007


El intento de este trabajo es describir la experiencia que tuve el año pasado dando un curso panorámico del cine mexicano en Tennessee, un estado sureño de los Estados Unidos. Fue muy gratificante—no cabe la menor duda—pero también fue una experiencia en donde surgieron varias sorpresas en cuanto a la recepción de mis alumnos frente las películas .
Mi universidad es bastante chica (7.100 alumnos, casi todos subgraduados) ubicada en una región muy rural. Estamos a dos horas de Memphis, casi tres horas de Nashville. Hace unos años el condado en que vivimos era “seco”, lo que quiere decir que no se servía nada de güisqui, vino u otras bebidas alcohólicas menos cerveza. No hay mucha evidencia de la cultura mexicana por aquí, aparte de los trabajadores migrantes que atienden mesas, construyen nuestras casas y caminos, y los pequeños negociantes que les venden sus preferidos productos mexicanos de tiendas humildes. Sin embargo, hay mucho interés en el estudio del español, y no solamente por razones profesionales. Por ejemplo, hay muchos alumnos cristianos que no conocía antes y que tienen planes de participar en misiones por toda Hispanoamérica. En cuanto al cine mexicano, creo que antes de mi curso hubo vagas nociones de charros, luchadores enmascarados, Salma Hayek, y tal vez Gael García Bernal, gracias a su actuación en un anuncio de Levi’s.
Mi interés en el cine mexicano proviene de largos días en el Distrito Federal, escuchando a mexicanos que contaban sus historias de ver a Tin Tan, o a Pedro Infante, durante la famosa “época de oro” (aproximadamente los años 40). También recuerdo muchos domingos tranquilos viendo una película clásica en el canal De película, muchas presentando una perspectiva de la Ciudad de México que no me podría haber imaginado antes: poco tránsito, pocos ambulantes, muchos árboles y vistas de los volcanes desde el centro. Una visita al Panteón Jardín en San Ángel me dio una perspectiva de la idolatría reservada a Pedro Infante y a Jorge Negrete (ambos enterrados allí, al lado de Tin Tan, Carlos López Moctezuma y Pedro Armendáriz). Mi di cuenta de que el cine mexicano—aparte de ser un buenísimo entretenimiento—es un verdadero tesoro de la cultura mexicana. Claro, el cine mexicano no se compara muy favorablemente con el de Hollywood en términos de éxito taquillero y cantidad de películas inolvidables. Sin embargo, muy pronto entendí que las estrellas como María Félix, Cantinflas, Infante, Negrete y Dolores del Río lucían con más calor y alarde en su país que las de Clark Gable y Judy Garland en el nuestro. Me puse a pensar en un curso panorámico del cine mexicano—el cual, sin duda, sería el primero en esta región de Tennessee.
En muchos sentidos, el curso cinematográfico representa el trabajo más placentero—por no decir fácil—para un profesor. Efectivamente no tiene que preparar mucho, ni dar lecturas bien detalladas, porque las películas hacen la mayoría del trabajo. Por todo eso, me preocupaba que un día un colega me dijera, “¿Y qué hiciste en tu curso de charros y luchadores?” Afortunadamente, en nuestra época de internet y más tecnología, es posible poner una película cada clase y luego organizar foros con los alumnos para platicar lo que ven. Antes de la posibilidad de tales foros en el internet, no me podría imaginar un curso de cine en que el profesor pusiera más de seis o siete películas (reservando las demás clases para discusión). Aparte de las películas, en el programa del curso recomendé algunos sitios del internet a mis alumnos. El curso tuvo nada más de un libro requerido, Mexico City in Contemporary Mexican Cinema por David William Foster , aunque también leímos secciones de otros libros.
Mi decisión más perspicaz fue la de convenir la clase una vez a la semana—por dos horas y media—para ver cada película en su total. De la misma manera que uno debe leer un buen cuento de una sentada, creo que es preciso ver una película del principio al fin de una sentada. En vez de reunir la clase en un salón típico, hice una reservación durante el semestre en un salón de la biblioteca. Este salón tiene una pantalla enorme, un buen equipo para DVDs, excelente sonido, y un aspecto más parecido a un salón de cine que de clase.
Por lo general a los alumnos les gustaron las películas. Sin embargo hubo algunos momentos de descontento e inquietud, incluso durante aquéllas más famosas y críticamente celebradas. Las dificultades tuvieron tanto que ver con las expectativas generales de personas de su edad, así como con el hecho de la diferencia cultural entre un grupo de personas de Tennessee rural tan ajena de la cultura mexicana. Una muestra de la discrepancia de expectativas fue que los alumnos se quejaron leve pero regularmente de las películas en blanco de negro y tuvieron poca paciencia para la relativa falta de tecnología del cine clásico. No les gustó la calidad de sonido y los cortes entre escenas de “La mujer del puerto” les fueron tan primitivos que casi no se enfocaron en el diálogo y personajes. Tampoco les gustó la escasez de espectáculo, principalmente en las primeras películas. Prefirieron las más “modernas” y acogieron con mucho entusiasmo las de color del último mes. También les parecieron burdas las actuaciones de los desconocidos actores de ¡Que viva México! y de Andrea Palma (La mujer del puerto), a pesar de que les había explicado que todos eran novatos o recién graduados del cine mudo. Tal recepción me hizo pensar en el efecto cumulativo de tantas películas (muchas, no hay duda, “churros”) de Hollywood. Si los alumnos no pueden apreciar la buena actuación de Andrea Palma en una película relativamente sencilla, ¿qué opinarían de un personaje novelístico como el ingenioso caballero de Cervantes? Muchos jóvenes de norteamérica no están acostumbrados a analizar el cine. El trabajo más arduo del profesor del curso cinematográfico es empujar a los alumnos más allá de lo gratificante (y de lo no gratificante) y hacerles pensar de lo que representa o sugiere una escena o diálogo.
Después de presentar La mujer del puerto, Salón México y Aventurera, algunas de mis alumnas se quejaron de lo que para ellas era aparentemente una obsesión con el tema de la mujer caída (sea prostituta, cabaretera o fichera). Aunque para ellos fue un tema bastante trillado y poco utilizado fuera de la televisión, hasta la comedia familiar El rey del barrio se presenta una escena breve de cabaret (Silvia Pinal, en su rol como la pudorosa novia de Tin Tan, frecuenta a un cabaret una vez para ganar dinero para su mamá enferma; Tin Tan, siendo el caballero, noquea a su chulo y la rescata del lugar y de caer en la maldad). También en El callejón de los milagros, el personaje Alma (Salma Hayek) se hace una versión moderna de la mujer cabaretera, llegando hasta la prostitución y un desenlace más crudo. Les expliqué a mis alumnos que esta tendencia procede del medio—es decir, del cine mexicano—y no de mis preferencias. De la misma manera en que se ven muchas películas de guerra producidas por Hollywood, o (actualmente) de espectáculo rotundamente no intelectual, la cabaretera era y sigue emblemática del cine mexicano. Refiriéndose a Santa (1931) y La mujer del puerto, e igual con muchas otras citas suyas, Jorge Ayala Blanco lo dijo de la manera más concisa y memorable: “La cinematografía sonora nacional comienza relatando la biografía de una prostituta y desde entonces no ha podido liberarse de la tutela de ese personaje” (138). En mi opinión es preferible enfrentar una polémica que soslayarla, porque el salón de clase apasionado es cien veces mejor que el ambivalente.
Como suplemento para la discusión de la prostituta-cabaretera-fichera, y además la discusión de los machos protagonizando las películas rancheras (vimos, por ejemplo, Dos tipos de cuidado, la única película con Jorge Negrete y Pedro Infante), les di a mis alumnos el capítulo famoso (o de mala fama, depende de la perspectiva) “Los hijos de la Malinche” de Octavio Paz. Una alumna escribió en el foro que Dos tipos de cuidado, tanto como el capítulo de Paz: “dice mucho de la cultura mexicana y las interacciones entre los hombres y las mujeres allí…esta película es una representación muy acertada del machismo.” Otro alumno, sin embargo, no tomó la representación en serio, diciendo que el escenario de la película (charros manejando coches, haciendas repletas de bonitas muchachas bailando y festejando, etc.) no reflejó para nada la realidad.
La mayoría de los alumnos no pudo aguantar ciertas escenas sexuales. Por ejemplo, varios se quejaron de una escena con dos hombres en los baños turcos (El callejón de los milagros), y otra de una mujer y dos hombres (Y tu mamá también). Sin embargo, no dijeron mucho de otra breve de plena desnudez frontal de un hombre bien parecido (Sexo, pudor y lágrimas), ni reaccionaron mucho sobre La mujer del puerto, aunque la heroína provinciana se acuesta con su hermano a quien perdió de vista hace mucho tiempo. En la retahíla del foro después de El callejón de los milagros (la película que, aparte de El rey del barrio, produjo la reacción más fuerte del curso), varios alumnos respaldaron a la alumna que escribió: “Pensé que las escenas de desnudez eran innecesarias y el propósito de éstas pudo haberse logrado sin ellas.” Pero otra alumna comentó que “esas escenas nos dieron una imagen un poco más cercana a la realidad de la situación que vivía don Ru [un homosexual o bisexual secreto] y nos hizo sentir más tristes por la situación que vivía su esposa Eusebia.”. Puesto que hay bastante contenido sexual en la televisión y en las películas de Hollywood, me sorprendió que las pocas escenas de desnudez en el curso produjeran una polémica tan persistente. También fue interesante que la escena tan violenta al final de Rojo amanecer—la masacre de una familia—no les chocara tanto.
Mis alumnos se rieron mucho en la clase. Les encantó la comedia Ahí está el detalle, una reacción bastante sorprendente dado el discurso disparatado e incongruente de Cantinflas. Por otro lado, mis alumnos odiaron a Tin Tan (El rey del barrio). No sé exactamente por qué, dado que la comedia de TinTan es más física y aparentemente más accesible. Sospecho que esperaban a otro cómico como Cantinflas pero la estructura de la película—todo diseñado para dar escenario a las improvisaciones de Tin Tan—les fastidió después de una hora. El rey del barrio es un excelente artefacto cultural y una buenísima comedia para muchos, pero la verdad es que no necesita ser tan larga. La escena con “Vitola” y Tin Tan—tocando el piano y cantando de una manera espeluznante—produjo una inquietud entre mis alumnos tan fuerte que casi apagué el video. La discusión en el foro fue generalmente mi defensa de la película. Aunque les gustó mucho María Candelaria (hasta unas alumnas se pusieron a llorar al final cuando le apedrearon a la protagonista), saltaron unas carcajadas en la escena conmovedora cuando Lorenzo Rafael visita a María en la cárcel. En Aventurera, un melodrama fuliginoso pero muy entretenido, el asesino “Rengo” (Miguel Inclán) les dio mucha risa.
Aventurera fue, tal vez, la película favorita de mis alumnos. Les gustó la música y me dio mucho gusto ver que la exposición a puro “camp” proporcionada por esta película cabaretera les hizo reír. Muchos alumnos vieron en Elena (Ninón Sevilla) la única protagonista que ganó a los malvados que querían explotarla. En vez de ser la víctima, Elena fue la vengadora que salió triunfante. Para estimular el debate, empecé la retahíla por identificar a Elena como manipuladora y aprovechada. Una alumna respondió: “No estoy de acuerdo con el hecho de que Elena es una mala persona o una manipuladora por naturaleza, ella fue una víctima de las circunstancias de sus padres, especialmente los errores de su madre. Al final, cuando Pedro Vargas [el cantante] resume la vida de Elena en la canción [“Aventurera” por Agustín Lara] y ella llora nos demuestra que sí tiene corazón y que…tiene sentimientos.”
El curso panorámico del cine mexicano fue una buenísima experiencia. Gracias a lo que aprendí la primera vez, no dudo que va a ser superior la próxima vez que ofrezca el curso. Claro, pienso poner otra película de Tin Tan, tal vez Simbad el mareado. También pienso diseñar el curso por temas (la cabaretera, el charro, el arrabal) con comparaciones entre pares de películas del mismo tema.

Obras citadas

Ayala Blanco, Jorge. La aventura del cine mexicano. 4a edición. México, D.F.: Editorial
Posada, 1985.

García Riera, Emilio. Historia del cine mexicano. México, D.F.: Secretaría de Educación
Pública, 1985.

Mora, Carl J. Mexican Cinema: Reflections of a Society, 1896-1980. Berkeley: U of
California P, 1982.

Noble, Andrea. Mexican National Cinema. London: Routledge, 2005.

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. FCE: México, D.F., 1959 [1950].


Crónica escrita el año 2007.-

Tras el abandono del poema


Sergio Madrid Sielfeld

La búsqueda de la poesía no tiene límites. Incluso cuando quiere abandonar el poema, la poesía persiste en formas de las más insospechadas por el vulgo. Un poeta español definía la poesía como “la verdad del arte”. Si entendemos la ‘verdad’ como los griegos entendían la aleteia, es decir, como “desocultamiento”, podríamos afirmar que la poesía es lo que el arte desoculta. Es en este sentido que en el mundo contemporáneo hablar de poesía y de arte es indistinto. Por supuesto, el abandono del poema trae consigo una serie de complejidades que la definición de Félix de Azúa no alcanza.
Uno de los problemas del arte contemporáneo no consiste tan solo en salir de las formas clásicas, sino en salir del museo. El arte quiere salir, en rigor, de la esfera ideológica en la que se ve constreñido, y busca formas de reapropiarse de la naturaleza, de la realidad y de la ciencia. Es decir, quiere transformarse en un dispositivo irreductible ante todas las formas de enajenación de nuestra época, entendida ésta de las más diversas maneras. No quiere ser el resultado de la división del trabajo, ni de la actividad especializada, sino enriquecer el centro real de toda la actividad humana: la vida cotidiana así como la define Henri Lefevre, es decir, como el resultado de una resta paradigmática: lo que queda si a las actividades humanas le restamos toda actividad especializada. Ese resultado es la vida cotidiana que, como podemos ver, es bastante pobre. Presenciamos pues una vida cotidiana colonizada por los intereses del mundo burgués. El arte contemporáneo, en su afán de salirse de esa esfera ideológica, no quiere ya reconocerse como una actividad especializada, ni convertirse en fetiche, sino en Realidad.
Una de esas búsquedas de reapropiación de la vida, tiene como centro el nomadismo, fenómeno que, si se observa con detenimiento, participa de todas las actividades artísticas contemporáneas. Uno puede observar títulos como On the Road, de los beats, o el nomadismo urbano de Nadja, así como esas caminatas que realiza Horacio Oliveira en París con el fin de encontrarse al azar con La Maga. Como dice Debord: “A derrumbar el mundo no lo aprendimos en los libros, sino vagando”. El nomadismo, si bien se identifica con el viaje y con la naturaleza originaria del homo-sapiens, es al mismo tiempo oposición al turismo, que no es más que un paseo dirigido desde afuera, y que carece del don de intervención que es propio del nómada primitivo, que hace suyo el territorio al levantar, por ejemplo, el menhir, y al convertir la caminata en un cromlech, en una totalidad. Como fuere, es esa capacidad de intervención, propia del nomadismo, la que hace del arte contemporáneo deudor del imperativo que dice que no se debe dejar palo en pie. El arte, y la poesía, ya no son ingenuos.
Es así como surgen nuevas maneras de hacer arte. Me referiré básicamente a dos prácticas surgidas en los 60’: la intervención urbana, y el Land-Art. La primera surge de un nomadismo urbano, que pretende, como se dice, invertir lo invertido, o desenmascarar el carácter ideológico del urbanismo, con el fin de liberar la vida cotidiana (o real). No deja de ser notable que uno de los exponentes más importantes de esta práctica, a nivel mundial, sea chileno. Me refiero a Alfredo Jaar, que no hace mucho hizo una muestra de sus obras más importantes, si bien de una manera descontextualizada, en el edificio de la Telefónica en Santiago. Sus obras son sumamente críticas con relación a la enajenación humana. Consecuentemente, las intervenciones suelen ejercer una cierta interrupción en el transcurrir propio de nuestras ciudades, reutilizando de manera híbrida todas las formas artísticas tradicionales, según convenga. Lo curioso consiste en que este desplazamiento de la concepción del arte como obra, a una noción del arte como acción, está lejos de alejarse de la poesía. Por el contrario, elabora una poesía que va al encuentro del mundo real, con el fin de modificarlo en función de una vida mejor. Por su parte, el Land-Art, surge de un nomadismo circunscrito al paisaje no urbano, o natural. Su belleza tiene generalmente como fundamento la huella del caminar como práctica estética, acercándose más al reencuentro con el acogimiento que nos otorga el paisaje, que al enfrentamiento ideológico. Sin embargo, la pregunta del Land-Art al paisaje (Land-Scape) está teñida de la vida urbana, al punto que las obras de este rubro, como en el caso del monumental Muelle en Espiral de Robert Smithson, suelen realizarse en una considerable lejanía respecto de todo centro urbano. Esta lejanía es conciente. Tales obras, que por lo demás suelen ser efímeras, llegan a nuestra percepción casi sin excepción por medio del registro técnico (reproductibilidad técnica, diría Benjamin), es decir, como una pérdida de aura (asunto sobre el cual habría mucho que decir).
La potencia liberadora y transformadora que tiene el arte con respecto al hombre y la vida cotidiana, halla en estas tendencias una nueva manera de realizar la poesía en la vida, y con ello, irónicamente una nueva manera de estrellarse contra la poderosa ideología del mercado, es decir, una nueva manera de fracasar. Pero, si sirve de consuelo, sólo hay fracaso en la realización.

Crónica escrita el año 2007.-

Retaguardia de la vanguardia (Inside)


Sergio Madrid Sielfeld

En 1986, junto a mis amigos Alex von Bishoffshausen y Mauricio Barrientos, realizamos un evento poético que denominamos Retaguardia de La Vanguardia. El título lo habíamos sacado de una entrevista hecha a Roland Barthes, en la que se ubicaba en la retaguardia de la vanguardia. Según Barthes, ser de vanguardia es saber qué está muerto, noción que nos atraía sobremanera. Él decía saber qué está muerto, pero que aún amaba esos cadáveres, por lo que se situaba en la retaguardia de la vanguardia. Nosotros quisimos emular esa manera de auto ubicarse en la tradición. Se trataba de sostener una posición crítica con respecto a la tradición, sin por ello tener que renunciar totalmente al pasado, de donde había mucho que sacar. Éramos, sin saberlo, unos chicos auténticamente posmodernos. Rescatábamos, eso sí, de las vanguardias históricas el sentido de la camaradería. De hecho, creo que Retaguardia de La Vanguardia fue principalmente eso: una acción de camaradería en un mundo desolado.
El evento tuvo lugar en el invierno de 1986, en la Sala Rubén Darío, más conocida entonces como Sala El Farol, de la Universidad de Valparaíso, que estaba a cargo del pintor Álvaro Donoso. Ese invierno fue muy lluvioso, por lo que tuvimos que correr una o dos semanas el evento. Para nosotros, se trataba de un magno evento, con el que marcábamos un comienzo, un adelante, una vía para los “horribles trabajadores”. Los afiches los diseñó Alex, que tenía a su haber estudios de Arquitectura: lamentablemente no conservo ninguno de ellos, pero tenían sin duda un aspecto compacto, en el que nuestros nombres se presentaban en tres líneas continuas, y donde no había ningún tipo de especificación respecto del género de la presentación que ahí se refería. En el diseño del escenario, participó Juan Luís Moraga, amigo arquitecto que se reunía permanentemente con Juan Luís Martínez y con nosotros en el café Samoiedo chico en Viña del Mar. Estaba concebido de tal manera que se podían proyectar diapositivas desde atrás del escenario, sin que se pudiera distinguir el motivo que las diapo contenían, produciéndose un efecto de difuminación de la imagen, o al menos eso era lo que pretendíamos. Nos apoyaron logísticamente el escultor Iván cabezón y Ángel, amigo de aquél, y auxiliar de la Sala. Sobre nuestras cabezas, tres luces cenitales producían un efecto blanco y negro, del todo teatral. Y, para completar el ambiente, sonaba de fondo música concreta. Nosotros, simplemente, con un micrófono cada uno, y cada uno aislado por su foco, leíamos nuestros poemas.
La Sala estaba llena. Y el evento fue, como se dice, todo un éxito. Cosa que no era extraña en esos días. Hiciera uno lo que hiciera, en tiempos de Dictadura, tratándose de actividades “culturales”, las butacas se llenaban. Eso duró hasta el advenimiento de la democracia. Cuando ésta llegó, cada vez se fue haciendo más difícil llenar ese tipo de espacios. No sé si ese es un fenómeno universal, pero da para pensar que en esa época cualquier evento que se realizara en un subterráneo, causaría curiosidad. No creo, por supuesto, que esa acción de arte haya tenido un impacto trascendente en la cultura regional, sin embargo esa acción ha sido hasta ahora, al menos para mí, y lo digo de una manera muy personal, mi verdadera retaguardia artística, un cuerpo de imágenes que te hablan de un origen, un grupo de amigos que te siguen dando ese espaldarazo inicial, una época como una oscura ola sobre la cual supimos, de algún modo, surfear. Como un pueblo interior, que legitima todos los levantamientos posteriores.
No fue hasta 1992 que publicamos el libro Retaguardia de La Vanguardia. Se nos sumó Juan José Daneri, a quien conocí en la Universidad. Era un muchacho de Rancagua, de aspecto muy snob, que estudiaba inglés, escribía poesía, y que había estado presente en el evento de 1986. Concebimos un libro en el que confluían cuatro obras poéticas, sin criterio antológico. Esas cuatro confluencias eran también la confluencia de cuatro vidas. Para llegar a ese libro hicimos zamba y canuta. Indagamos en la frivolidad más extrema. Bebimos. Hicimos, como se dice, una vida peligrosa, una vida imposible, excesos y locuras. Nuestras mujeres nos abandonaron. Entonces, Alex vendió el auto y unas joyas que le devolvió su ex-novia. Con ese dinero financiamos un año de juerga y de júbilo desenfrenado, y finalmente la publicación de Retaguardia de La Vanguardia, bajo el sello Altazor. Y lo lanzamos multitudinariamente en la Sala Viña del Mar. En 1993 publicamos un pequeño libro denominado Los Novios de Ariadna. Ese fue el canto del cisne.
En la actualidad, Alex von Bischoffshausen vive en Puerto Natales, y administra un Lodge frente a los Cuernos del Paine. Juan José Daneri vive en Estados Unidos, donde se dedicó a la vida académica. Mauricio Barrientos vive en Santiago, donde hace talleres y sostiene junto a Mario Artigas la editorial Pentagrama. Y todos sabemos que nuestra vida del pasado, está muerta. Sin embargo, y no me cabe duda, aún amamos los cadáveres que fuimos dejando en el camino.

Crónica escrita en 2007.-

Respeto y relaciones asimétricas


(primera aproximación)
por Cristián Vila Riquelme


Un día mi hijo, en su último año de Liceo, llegó con una tarea en principio complicada, y que es el título de este texto. Él sabe que la asimetría y todo eso es uno de mis temas, por excelencia. De manera que conversamos largamente y esto es lo que salió, resumido, de allí, (aunque la profesora que planteó, sin mediar explicación ninguna, el tema, luego parece no haber entendido mucho el lío en el que se había metido; delicias de la educación…):
Si entendemos por respeto aquella relación que se establece con el Otro en función de una paridad o simetría, se nos plantea inmediatamente lo que significarían las relaciones asimétricas, en el sentido de que el respeto mutuo, en términos ideales, implicaría cualitativamente una cierta equidad entre el Yo y el Otro o, dicho de otro modo, existiría entre el Yo y el Otro un mismo nivel de valía.
Pero si observamos los procesos cotidianos de las relaciones humanas, podemos darnos cuenta de que todo aquello de la equidad o del mismo nivel de valía no se plantea, en la realidad, de modo tan absoluto. Pues la simetría, según algunos pensadores, en tanto proyección ideal de una línea media no existiría como tal en la naturaleza. Dicho con un ejemplo visual, el hombre perfecto de Leonardo sólo existe en el dibujo (ideal) de dicho artista. El ser humano no muestra una perfección de esa magnitud: siempre un ojo es más pequeño que el otro, un hombro está más abajo que el otro, una rodilla es más voluminosa que la otra, etc.
Análogamente, las relaciones humanas suelen ser complejas porque están teñidas por los caracteres disímiles de quienes las establecen, los distintos modos de pensar, los distintos modos de sentir y de actuar, los idiomas diversos, las diferentes culturas en juego ―son los “juegos de lenguaje”, de los que habla maese Wittgenstein, entendiendo al lenguaje como “modo de vida”. En ese sentido, podríamos afirmar que las relaciones humanas suelen ser relaciones asimétricas por cuanto la línea media (ideal) se desploma al confrontarse con lo anterior. En términos políticos, por ejemplo, es lo que hace la distancia entre una doctrina determinada y su práctica en una realidad social, política y económica dada. Sería, entonces, imposible simetrizar de manera ideal el conglomerado humano.
Por estas razones, otra definición del respeto sería posible. Respeto sería, pues, aquello que se establece, en términos éticos, entre seres disímiles, diversos, distintos, sin necesidad de un mismo nivel de valía (ideal) o de equidad (también ideal), sino que en función de esa diversidad y de esa asimetría que es la que nos define como seres humanos. El respeto funcionaría aquí como aquello que reconoce y modera la asimetría de las relaciones humanas o, dicho de otro modo, como aquello que hace posible el reconocimiento del Yo por el Otro y del Otro por el Yo, sin por ello obligar a ambos a establecerse como necesariamente iguales en función de la línea media de la simetría.

Crónica escrita en 2007.-

Poesía, ¿Sólo lenguaje del mañana?

Por Renard Betancourt M.

(Santiago de Chile. Poeta y escritor chileno)

─ Leo, me gusta leer, pero sólo novelas, cuentos, algún ensayo, pero poesía,
no. ¿Sabes? No la entiendo…
─ ¿No la entiendes?
─ No, no puedo meterme en ella, quedo fuera… No sé…
─ ¿Estás segura? ¿Qué quieres decir con meterte en ella?
─ No sé, entenderla, involucrarme en su sentido…

Aseveración corriente incluso con personas cuya sensibilidad las más de las veces está a flor de piel, como se dice: no entiendo la poesía. Personas con vivo interés por contemplar arrobados un crepúsculo frente al mar o dadas a mirar las estrellas y el cielo cuando alcanzan noches ajenas a las grandes metrópolis.

Personas cuya existencia ha sido conmovida una y mil veces por la condición humana en sus diversas y dramáticas facetas. Personas cuya historia se ha escrito en el tapiz ardiente de nuestra América, en sus cuajarones de sangre y en su avatar hasta ahora siempre escurridizo y engañoso.

Personas cuyas vidas son un largo poema no escrito sino en la existencia misma, en la vida de todos y cada uno de los días. Personas, incluso, que tomaron alguna vez el abrupto camino de la redención de nuestros pueblos, involucrándose de lleno en la historia oscura, temblorosa, contradictoria, peligrosa, peligrosísima incluso, pero acérrima y cuantiosa. De fuego, al final de cuentas. Vidas poéticas por decir lo menos, que sin embargo, ante la interrogación, no dudan en afirmar: no, no entiendo la poesía, no puedo con ella. Eso es para los entendidos.

Hay la creencia nefasta de que la poesía sólo alcanza a quienes están en condiciones de “comprenderla”.

La poesía, al final de cuentas, no es más que la otra cara de la medalla del lenguaje (oral, escrito), la otra cara en un sentido de subversión, la subversión de la realidad desatentada que ofrece el mundo con su cohorte de injusticias, agravios y atropellos.

En ese sentido, efectivamente, la poesía es un lenguaje que apunta y convoca al futuro, a un futuro temerario, prácticamente temerario, donde la realidad ya ha sido agobiada y sobrepasada por la fuerza de hechos históricos hoy inconcebibles, o al menos ─y precisamente de eso la cultura dominante pretende convencernos─ imposibles de imaginar, de concebir siquiera.

Claro, la poesía, cuando es verdadera, auténtica, y no trepida en decir las cosas de la vida, de la realidad y de la irrealidad por su otro nombre, su nombre poético, entonces sólo puede ser subversiva, atentatoria en contra de los cánones estatuidos en cualquier orden de cosas. Atentatoria en contra de las fronteras impuestas a las vidas de todos nosotros, seres comunes y corrientes, es decir, seres de un día, fugaces y provisorios en la gran marea del cosmos y de la vida sobre el grano de arena que es la tierra girando perdida en la inmensidad, en las afueras de la inmensidad, para ser más exactos.

Pero en este punto cabe hacer una afirmación, a propósito de temeridades: la poesía no sólo es lenguaje de futuro, de un futuro donde la civilización haya alcanzado la sabiduría ─donde esto sea posible─ y una sociedad de equilibrio, justicia y paz; también la poesía es lenguaje de hoy, inmediatamente, urgentemente.

Es más, ahora más que luego se requiere de la actividad poética humana. Ahora, sobre todo, la poesía está convocada a alzar su grito, o su silencio, y a acompañar al hombre y a la mujer de todos los días a la vez que se lleva un pedazo de pan a la boca, o a la vez que bebe un trago de vino o, incluso, y más aún, si no tiene nada que llevarse a la boca y sólo le queda hambre y sed para compartir con todos los que tienen hambre y sed.

La poesía es un asunto urgente, de hoy.

La poesía ha sido siempre un asunto de hoy. Basta leer la carta del Jefe Piel Roja Seattle al Presidente de los Estados Unidos. ¿Acaso no es poesía? Basta encontrar en un muro, en cualquier ciudad convulsionada del mundo actual, el alarido del graffiti diciendo: ¡Viban los Compañeros! Pedro Rojas. Y no importa tanto que sea un César Vallejo quien lo escriba para un libro. La poesía está allí, viva, latiendo, germinando, convocando, exigiendo una atención distinta para ser asimilada, comprendida, dilucidada. Una atención que exige cada vez más el haber roto o el estar en vías de romper con los cánones narcotizantes y aturdidores que, por ejemplo, utilizan los medios de comunicación (televisión especialmente) para capturar y subyugar la conciencia de las personas.

Dicho de otro modo, y en palabras del gran poeta boliviano Héctor Borda Leaño, desgraciadamente tan poco promocionado en el resto de nuestro territorio latinoamericano, en el prólogo a su antología poética “Poemas Desbandados” (Plural Editores, Bolivia): “El autor cree que antes de elaborar un poema exquisito sobre un tema banal es preferible escribir, aún imperfectamente, una poesía que trate del hombre y sus circunstancias dramáticas y dolorosas.”

Este es el caso. El caso de la necesidad perentoria de nuevamente en nuestros países, en el mundo, sacar la poesía a la calle, arrancarla de las academias, de los libros especializados, codearla con el mundo, reivindicarla inmediatamente para la mujer y el hombre de todos los días, que por lo demás ya hacen uso de ella, la toman, la arrastran por los cabellos y finalmente la hacen suya.

Sin ir tan lejos, ahora mismo, mientras caminaba a altas horas de la noche ─porque en Santiago de Chile el transporte público es un desastre─ para llegar a mi hogar luego de una prolongada jornada de trabajo, al dar vuelta una esquina y a boca de jarro encontrarme con un joven desgreñado y algo gótico garabateando un poema en una muralla. Un joven desesperado en cierto modo, pero en cualquier caso un joven sediento de poesía y de cambiar las cosas. Un joven que aún con la lata de spray de pintura en la mano me ha echado una mirada cómplice o al menos buscado mi complicidad, mientras leo su verso en la muralla del puente sobre la avenida:

¡Doris, estoy enamorado de tus pechos y no sé qué hacer!

La poesía es un asunto de hoy y no sólo de un mañana nebuloso, carcomido por la lejanía. 

Crónica escrita en 2007.-

Los poetas de Chile



Los Poetas de Chile
Por Rolando Gabrielli


Los poetas de Chile
Rolando Gabrielli
Editorial Agua Fresca
Bogotá, Colombia
Cisne Color Ltda.
96 páginas
500 ejemplares
50 numerados y firmados por el autor
Año 2007

Los poetas de Chile
Poema
Poema / elévame a tu altura / gigante desolado
miserable papel blanco endiosado / me inclino cada noche /
cuánto le debo a mis rodillas /
¿Más que a mi orgullo? / ¿Menos que al silencio?
La misma cosa escrita / desde antes de la palabra.
La prudencia y el bastón
caminan ciegamente.
Rolando Gabrielli


La poesía chilena cuenta con su propio pasaporte en el idioma castellano desde el siglo XX en adelante. Si bien podría decirse que en poesía todo está casi escrito, un poema debe buscar y dar sus propias señales. Explicar un poema es como hablar del silencio, porque si es verdadero tiene más de una respuesta en sí mismo. Los poemas son para los lectores y nadie mejor que ellos puede responder por el texto que tienen enfrente. Un libro se sostiene en el tiempo por las lecturas que de él hagan las personas que lo escogen. La palabra puede superarse en el tiempo así misma, pero nunca será igual a cuando fue escrita. Poesía podría ser lo que nunca antes se había escrito. Son tantas y ninguna las definiciones como poemas que aún no se han escrito. Me gusta la definición de Ezra Pound: poesía es el lenguaje cargado de sentido. ¿Qué motiva a escribir poemas a las personas que suelen llamar poetas? Es una manera de observar e interpretar el mundo, a la gente, a lo que a uno le rodea, ve y toca, el silencio y la soledad. La palabra es una aventura en sí misma. El poema es un mapa. La textura del poema es la variante de la palabra en el lenguaje que adquiere definitivamente una forma y contenido inseparables. Un libro suele ser un conjunto de poemas más o menos armónicos en su temática. El poema es una búsqueda a partir de la página en blanco y en un principio se constituye en una idea vaga que lentamente adquiere una forma real. El poema es el cuerpo a través del lenguaje que es su experiencia. Cuando ha cristalizado la idea, el poema ya no nos pertenece, adquiere vida propia. Un poema es un poema, tal vez, cuando al leerlo pareciera escrito por otro. Eso me dijo Jorge Teillier una primavera en Santiago.
Los poetas de Chile nació como un libro experimental, un juego, un homenaje a la poesía chilena y a algunos poetas conocidos con los que compartí la vida, el vino y la poesía, una época. En 2002 comencé a rayar los primeros borradores que intentaron interpretar la poesía y al hombre o mujer que había escrito una obra poética singular, significativa. El libro se desarrolló sin ninguna solemnidad, ni compromiso, humor, vinculación poética y todo lo personal, discrecional de mi propia visión. También es un ejercicio para ir ingresando a la “chilenidad”, si en verdad existiera, pero sobre todo a una época, una historia, una ciudad, un país, a quienes cruzaban la línea de la poesía, en un presente casi anónimo, convulso, idílico, absolutamente impredecible, que concluyó en lo predecible. La línea de fuego puso silencio a la poesía chilena por un largo tiempo dentro de Chile en 1973.
La poesía chilena cuenta con numerosas antologías, críticas, personales, interesantes, espantosamente parciales, como ocurre en este género en muchos países, pero Los poetas de Chile no es una antología, no nace como una parcialidad fragmentaria de un todo, ni obedece a una canonización de poetas y poesía. El imán de toda búsqueda está en la orilla, la marginalidad del centro de las cosas, la hondura bajo la superficie, el río, el río que sólo fluye, de orilla en orilla.
Toda selección es arbitraria de por sí y en Chile hay no pocos poetas originales, interesantes, meritorios, dueños de una retórica propia, cuyas obras se sostienen en cualquier antología, pero este libro no lo es, ni por principio, ni fin. Me motivó también un paseo lúdico por la apuesta en vida y obra de los poetas reseñados, pintados, coloreados en estas 96 páginas. Los poetas de Chile marcaron el territorio en castellano de la poética del siglo XX, dicho y repetido casi como un slogan, y fueron antecedentes de la novelística que se montó en el boom de la narrativa latinoamericana, según han afirmado Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez.
La poesía chilena, que nace de distintos y variados troncos, posee numerosas cabezas, cuerpos de alpinistas que no han cesado de escalar las montañas nevadas de la Cordillera de los Andes, o atravesar el océano Pacífico como buzos solitarios asfixiados, convertirse en ríos silentes, lagos, desiertos, y tan urbana como nosotros mismos, ciudadanos del Tercer Mundo y del siglo XXI, un cristal de acero inoxidable. De origen español (castellano), anglosajón y francés, alemán y de los inolvidables e imperdibles clásicos griegos, la poesía chilena busca su propio centro y se seguirá contaminando a sí misma, como todo lenguaje que aspira a ser verdadero, único, significar y comunicar.
Chile, una pobre capitanía al sur del Virreynato del Perú, país desértico, salino, marítimo, volcánico, de ricos y de productivos valles, con una geografía desmembrada y deslumbrante, lo primero que exportó fue su poesía, más que los vinos, y fue reconocido durante años por sus dos poetas laureados con el Nobel: Mistral y Neruda. No es una frase chauvinista, sino real. Después del 11 de septiembre de 1973, Chile exportó, deportó, poetas. Hoy algunos viven aún en Estados Unidos, México, Francia, Canadá, Suecia, Australia, Argentina, Panamá, entre otros lugares, donde vuelve a renacer una y otra vez la poesía.
Treinta y seis poetas integran la primera parte del libro, con su sal y pimienta, pequeña historia, reflejo de su poesía, su tránsito por Chile de alguna manera. Son poetas jugados en la palabra. La poesía es una obsesión dentro de la escritura y eso lo vi y viví, conversando con Lihn, Millán, Parra. La poesía se hace todos los días, no hay poeta de ocasión ni dominical. Es esencial el humor, la ironía en el retrato de cada uno de los poetas, porque se trata de ingredientes con tradición en la vida cotidiana de Chile y de sus propios poetas.




Contraportada de Los poetas de Chile, de Rolando Gabrielli.


Bajo el título “Vienen a robar el fuego”, dedicado a los que vienen llegando a la mesa de la poesía con sus manos untadas de espanto / pájaros / sueños locos / insomnes en la página en blanco. “Los días personales” forman un tercer capítulo de esta historia poética, con un extenso poema donde el autor se ubica y relata los acontecimientos después del 11 de septiembre de 1973. Los que se van, el que se queda: la primavera se acerca para ser degollada. Sigue la historia su curso en el zig zag volátil y sangriento de aquellos días y el poeta se pregunta: ¿La memoria del silencio es eterna? “Epitafio” es el siguiente paso de un carrusel cuyo trasfondo es la poesía de Chile, los días en que la República se fue barranco abajo, pero también un reconocimiento a poetas míticos desaparecidos prematuramente y que si bien forman parte del gran abanico y panorama de la poesía chilena, pudieron ser protagonistas que habrían enriquecido aun más la lírica nacional y del habla castellana. La poesía puso sus muertos antes y después de los tiempos. El “Corolario” de este viaje, reafirma que Los poetas de Chile nacen bajo las piedras en el siglo XX y retoma a los grandes volcanes, pero también fueron magos de pueblo chico / duendes de baquelita / adanes tal vez / porque desnudaron la palabra. Artesanos / fueron quizás / simples organilleros / con sus bombos / y platillos provincianos. El país ya había sido fundado por La Araucana.
El “Epílogo” que ocupa un lugar antes del fin de este libro, es un homenaje al editor argentino Armando Menedín, por esa maravillosa colección de poetas El viento en la llama, que dejó como legado a la poesía chilena, fin del mundo, donde vino a arrastrar su propio poncho la palabra. “Post Chile”, esa sección del poemario se inicia con un poema intitulado “Pregúntale al polvo”. No me crean / no me crean el Tata está vivo, así inicia ese bautismal, fantasmal, infernal poema sobre el “inmortal”, innombrable personaje que fracturó hasta el día de hoy la sociedad chilena. “Santiago del Nuevo Extremo” forma parte de este capítulo, pero sobre todo de la fundación de nuestros primeros pasos. La ciudad fue techo, sueño, santo y seña de la realidad. No más allá de la montaña, no más acá de uno mismo. “Santiago no existe. Es una historia muy larga atravesada en el sur. Un río mendigo y la montaña que hace marco del paisaje. Todo lo demás fue un tiempo para el miedo...”. Se suceden cinco viñetas sobre Chile, Santiago, Neruda y Pinochet, todas en cien palabras, un gesto de la memoria. “En defensa de la poesía” es el título de un poema de una sección que preside una serie de homenajes a poetas chilenos. Flama o flauta, los ratones hacen fiesta, con las palabras de la tribu. Los homenajes tienen todo lo de personal que deben tener y estos poemas no son una excepción, ni pretenden serlo. Homenajes referidos también a la poesía. Hágase el verso y la luz se hizo, Parra no deja descansar / a los dioses en su Olimpo. Sobre sus cenizas se construirá la nueva poesía. El poema respira libre / el aire / que la página en blanco / le concede / al lector. El gusano de la poesía sigue tejiendo el poema. Finalmente, el libro se cierra con “El lado oscuro”. Poesía, poesía y Los poetas de Chile concluyen con el poema “Mi historia”, de quien escribió el libro.
Las solapas muchas veces hablan. La de la izquierda, subraya que Los poetas de Chile “es un libro sin entrada, ni salida”. La solapa derecha aclara que es un pulso con las lecturas pasadas y futuras, Santiago, los días personales, con los que no conoce el poeta y vienen. La poesía es lo que llevamos puesto, un cuerpo contaminado.

Crónica escrita en 2007.-

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