domingo, 27 de julio de 2014

Fragmentos del hostal




FRAGMENTOS DEL HOSTAL
Por Guillermo Rivera


1. La idea de trabajar de nochero me parecía la mejor para escribir. No quería continuar trabajando en oficinas, pero estaba cesante y necesitaba algo pronto. Así derivé al hostal: un edificio de cuatro pisos, con mampara y balaustres y puertas color caoba.

2. De las ocho horas de trabajo dispongo de cinco para mí. Está establecido que durante ese tiempo puedo leer y escribir en la recepción. Una parte del funcionamiento del edificio corresponde a las oficinas de arriendo ocupadas por contadores, corredores de propiedades, importadoras pequeñas, una productora también pequeña y un par de abogados de incierto éxito. El hostal no funciona, hay una especie de locura alrededor o me parece que ella ronda.

3. Rodrigo Fernández, de la productora del tercer piso, me invita a una entrevista que le hacen a Armando Uribe para un documental. Los preparativos están listos, la entrevista se realizará el próximo viernes en el mismo departamento de Uribe en Santiago. Yo he leído con detención Verso Bruto y el Fantasma de la Sin Razón. Me entusiasma la idea, pero esta no fructifica. Me hubiera gustado preguntarle sobre la sombra de la historia de Chile o la violencia que se legitima.

4. Llega una delegación de estudiantes de arquitectura de la Serena. Hay mucho trabajo. El edificio se llena y se inaugura la exposición de Gonzalo Ilabaca en el salón de eventos.

5. Veo un caracol en un ángulo de la pared de la cocina. Se desplaza lentamente hacia las cornisas como si viniera saliendo de una enfermedad o estuviera convaleciente o se encontrara dejando atrás los días de impedimento y calamidad.

6. Salgo hacia Urriola a cobrar el arriendo de una de las oficinas. Son las cuatro de la tarde o tal vez las cuatro y media. La calle se llena de trolebuses frente al edificio. Han cortado el tránsito y veo entre policías y bomberos al personal de la defensa civil correr hacia la plaza Sotomayor. La gente se sorprende o se asusta o se ríe ante la agitación imaginaria de la catástrofe. Se trata de un simulacro de tsunami con cobertura de prensa y relajados paseos de concejal.
Meses después ocurrirá en un abandono espantoso la explosión de la calle Serrano.

7. Pienso en algunas pinturas de Pollock, en los ojos o la mirada de Pollock cuando perdió su capacidad de pintar. Está angustiado. Está dejándose fotografiar. Dejando que el ojo de la cámara se adentre hasta el fondo oscuro de las retinas donde no hay nada. O tal vez sólo unas pequeñas olas golpeando entre si.

8 Me invitan a trabajar en un programa sobre González Vera. Acepto. Yo viví alguna vez –por unos días en un conventillo- y en ese tiempo ya sabía que los demonios y la poesía nacen del mismo lugar. Pero no había demonios ahí. Como en el conventillo de González Vera gente desarmando bicicletas, ropa de guagua, conductores de grúas horquillas, y mujeres preparando viandas en cocinillas de dos platos. Yo estaba a la deriva. Sin certezas. Éstas en algún momento habían chocado con la realidad.

9. El quiosco hacia adentro del cual todos miran está ahí – frente a la sala el Farol, y por reflejo las calles con sus costumbres parcialmente borroneadas podrían reproducirse en el mapa de la ciudad patrimonial, del mismo modo que se reproduciría una cabeza de cartón, con ojos de cartón y que al despertar no viera nada.


10. Ayer fue un día frío, tenso. Uno de los arrendatarios se mudó. Bebí mucho café.

11. El colectivo 19 de Noviembre ha comenzado un ciclo de documentales una vez por semana en el salón de eventos. Los veo acomodar las sillas, conversar o levantar el telón Son también los sobrevivientes extremos de la historia oscura, y de la oscuridad sin límites de nuestro país; un testimonio que se legitima como si el testimonio, por su naturaleza misma, proporcionara tal cantidad de espejos que el reflejo resulta inevitable.

12. Gonzalo Millán ha muerto. Me entero mientras cumplo mi trabajo de recepcionista en el hostal.
Afuera, detrás de la mampara y los peldaños de mármol, a unos pocos metros, la lluvia cae sobre las cabezas y las manos, aunque yo lo que verdaderamente siento es que las cabezas y las manos han comenzado a coagularse y el frío
-como en las pinturas de los maestros del renacimiento- se resquebrajara a si mismo para que las extremidades de cualquiera adivinaran que en el centro imperceptible del aire yace el elefante oscuro de la muerte con una gran voluta aferrándose al perímetro de sus pies.

Febrero de 2007.-

Fotografías de viajes




CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron

Fotografías de viajes


Juan Luis Martínez odiaba tomarse fotos. A mí me parecía una pose; pero con el tiempo fui descubriendo sus razones. La doble papada, un ojo más caído que el otro, el mejor lado, son razones suficientes para controlar y autorizar las tomas. Ahora lo entiendo; Martínez era un maestro.
Por esos años, antes de la llegada de los gadgets y los devices y toda la parafernalia posmoderna, se cargaba una cámara con un simple rollo de 35 mm. Y cualquiera, ducho en el arte de la imagen y la oportunidad, podía enfocar, dar la luz y la velocidad correspondiente y, con suerte, obtenía una pieza de joyería. En esos marcos, Claudio Bertoni era, o es, un excelente fotógrafo. Hoy, en cambio, cualquier hijo de vecino (por decir lo menos) toma fotografías con un teléfono celular o con cualquier aparatito que ya envidiaría el James Bond de las primeras películas.
No hay nada más inoportuno que una fotografía instantánea. Resulta una verdadera violación a la intimidad, al derecho de imagen. El mayor placer, se me ocurrió hace unos meses en el Aeropuerto Internacional de El Salvador, es armar el escenario disfrutarlo y negar toda posibilidad de registrarlo con esos desgraciados utensilios de moda. La idea no fue gratuita. Ocurre que ya iba saliendo del lugar, con mi maleta a la rastra, cuando me detuvo un policía con un simpático labrador que insistía en descubrir drogas en mi equipaje. Ante la mirada de cuatrocientos curiosos que esperaban pasajeros, entre ellas el poeta Otoniel Vergara, organizador del encuentro al que yo iba invitado, y un grupo grande de escritores asistentes, debí abrir mi maleta en el suelo, mostrar la bolsa de aseo y remedios y explicarle, al aún más simpático policía, que mi señora esposa me había despachado con pastillas para las más increíbles circunstancias. Sólo entendió al certificarle, papelese en mano, mi condición de diabético. Al superar el problema ycuando Otoniel corría en mi auxilio, pude percatarme que casi la totalidad de mis colegas me había fusilado con sus simpáticas imágenes de bienvenida. Tiempo después la magnífica Coral Bracho, de México, confesaría su emoción al ver llegar a tan importante poeta ciego en compañía de su lazarillo.
Una serie de fotografías registran ese glorioso ingreso al istmo centroamericano. Y luego siguieron otras. Yo, en cambio, evité llevar la cámara digital; suponiendo que casi todos los invitados lo harían, como en realidad ocurrió. Por supuesto, durante los meses siguientes mis gentiles colegas bombardearon con enormes series de registros gráficos mi anticuado computador. Me apresuré a guardarlos y olvidarlos en un disco compacto; ventajas de la ultra modernidad.
Estas fotografías al azar relatan la historia viva del deterioro. En una aparezco sudado, con una barriga enorme (mero efecto óptico) y unos bíceps dignos de campo de concentración. Al parecer me sorprendieron eructando. En otra saludo a cierta autoridad con una cara de imbécil propia para la ocasión. Se trata de tomas deleznables. Cada día respeto más a mi querido Juan Luis Martínez.
Para el próximo viaje no olvidaré cargar la máquina maldita. Porque, después de todo, yo mismo me perdí magníficos encuadres. En uno, a modo de simple ejemplo, el anciano Eugeni Evtuchenko, vestido de payaso y con pinta de galán de mala muerte, reclama su derecho a pernada y apura a las muchachas como patrón de fundo; en otra un invitado guatemalteco me cuenta con orgullo que fue tambor mayor de la Escuela Militar y saludó personalmente al general Ríos Montt. Será para la próxima, me digo.
Una semana después viajé a San José. El poeta Norberto Salinas me invitaba por segunda vez a su encuentro y en esta oportunidad debía firmar un contrato con la Editorial Costa Rica, y sería recibido en Alajuela, puesto que años atrás obtuve el premio organizado por esa ciudad. Distinto e igualmente intenso, este congreso literario se llenó de escritores y de cámaras digitales. Con excepciones, por cierto. Blanca Luz Pulido fotografiaba pájaros y árboles; Guadalupe Elizalde atesoraba emociones. El argentino Juan Gelman, por su parte, no estaba ni ahí con este tipo de imágenes.
Y como no todos los poetas son pobretones, como usualmente se cree, nuestro generoso Popo Dadá recibió a la cincuentena de adláteres en su Tortuguero Lodge, en las mismísimas orillas del Caribe. Las imágenes se repetían con escándalo: nidos de oropéndolas como lágrimas, olor a nafta en los muelles, calor y trópico y canales plagados de pétalos para nuestro curvilíneo navegar. Mostrar esas fotos sería un asco.
Pero hay una que me interesa. Estoy dentro de la piscina con un whisky en la mano. Bajo un toldo, sentados en sillas de playa, Gelman y unas poetas mexicanas charlan conmigo al atardecer. Unas gruesas nubes sirven de telón de fondo. ¿Para qué perder esa imagen? Le pedí a mis colegas que por favor no captaran esa toma, que la dejaran pasar, que después la historia, seguramente, la iba a reproducir en distintas y curiosas versiones. Martínez tenía razón; no fotografiarse es ser un perdonavidas.

crónica escrita en 2007.-

Enrique Lihn en Viña del Mar


ENRIQUE LIHN EN VIÑA DEL MAR
Sergio Madrid Sielfeld


Poco o nada se sabe de las visitas sistemáticas realizadas por Enrique Lihn a Viña del Mar en el año 1983. No haré referencia hoy al gran contexto histórico de entonces, pero sí al micro contexto regional que vivíamos poetas mayores y menores. Yo era uno de esos poetas menores, por no decir un niño que, lleno de curiosidad, transitaba la ciudad todavía en uniforme de colegio. Visitaba por entonces a los amigos de la Librería Altazor, Patricio y Marcelo González, lugar que se erigía como un verdadero centro secular de la vida intelectual de esos años. Enumerar a todas las personalidades que por ahí pasaron, y las actividades, tales como lanzamientos de libros y revistas, así como las contigüidades con otros centros de actividad cultural, requeriría sin duda un merecido artículo aparte. En este espacio me centraré en la figura del poeta.
Recuerdo que fue Sergio Holas quien me entusiasmó para asistir a un Taller que realizaría Enrique Lihn en el Instituto Zipter, ubicado por entonces en la Av. Libertad, frente a la Iglesia Las Carmelitas, en una de esas casas señoriales que por lo general no sobrevivieron ni al terremoto del ochenta y cinco, ni al posterior auge de la construcción de edificios comerciales. Recuerdo que el ante patio estaba cementado y que había un gran letrero con el nombre del Instituto. El sociólogo y poeta Mario San Martín (Antonio Vieyra), era quien había usado sus influencias para generar estas reuniones con el poeta, a quien, amigo y confidente, quería por este medio prestarle una ayuda económica. Antonio ocupaba, si no me equivoco, algún cargo directivo en esa institución.
Así fue como partí una tarde en compañía de Holas, mi tocayo, desde la Librería Altazor, ubicada por entonces en el paseo Nuevo Centro en Av. Libertad con Uno Norte. La Avenida Libertad, siempre frondosa, constituía una caminata muy llevadera, a pesar de que terminara en Quince Norte con el Regimiento Coraceros. Afuera del Instituto Zipter estaba el poeta, de pie, conversando con una docena de interlocutores, que poco a poco fui distinguiendo y conociendo. Esta especie de pre-calentamiento conversatorio se produciría todas las semanas que duró el Taller. En la vaguedad de mi memoria me parece distinguir muy claramente al siempre bien ponderado Abel González acaparando a Lihn en las previas, en conversación muy entusiasta. Recuerdo también muy claramente, entre otros, los rostros del por entonces flaquísimo Alejandro Pérez, Juan Cameron, Udo Jacobsen, Marcos Riesco, al entrañable Mauricio Barrientos, Manuel Espinoza, Freddy Flores, Fernando Rodríguez, y la figura iluminada de Juan Luis Martínez. Muchos de estos personajes se me aparecían por primera vez y para siempre.
Enrique Lihn nos entregó una serie de fotocopias que contenían autores modernos como Baudelaire, Nerval, Rimbaud, así como autores hispanoamericanos: Vallejo, Neruda (de las Residencias) y Mistral. Lihn se dedicaba a comentar algunos de estos poemas y se iniciaban conversaciones que debieron resultar muy interesantes. Mi ignorancia de juventud no me permitía acceder del todo a ese lenguaje que mucho debía al estructuralismo francés. Sin embargo, recuerdo especialmente la lectura que hizo de El fantasma del buque de carga de Neruda, poema que me impresionó para siempre. Hubo otra sesión donde Juan Cameron leyó un largo poema en ciernes, y que Lihn comentó polemizando sobre algunos aspectos. Creo que para Cameron esa experiencia debe haber sido un buen aporte para ese libro, por lo demás distinto al resto de su obra, llamado Cámara Oscura, y que publicó en 1985.
Finalmente el Taller se fue deshaciendo solo. Al parecer nadie pagaba sus cuotas, y no creo que nadie por esa época se sintiera en ánimo de cobranzas.

Volvimos a tener la presencia de Lihn en 1986, haciendo un Taller que tomó visos muy distintos, esta vez en la calle Las Heras en Valparaíso. Lihn planteó el tema de la anti-utopía y traía consigo un guión ad-hoc con el fin de hacer una película. La película nunca se realizó, pero sí hubo reparto de actores y algunos ensayos. Quien les habla fue uno de los afortunados, me asignó el rol protagónico de Pancho, un Príncipe que se enamoraba de una pueblerina que vivía en la periferia de Valparaíso, zona prohibida por la autoridad. En ese tiempo era muy común usar la elipsis y la alegoría para referir la Dictadura y el derrumbe moral que traía consigo. Lihn me dio un palmoteo en el hombro y me preguntó: —¿Has actuado alguna vez?. Ante mi negativa, me dijo sonriente: ¡No importa!. Y quizás esas fueron las únicas palabras que intercambiamos alguna vez.

Crónica escrita en 2007.-

El poeta de Texas escucha leer en español a la poeta de Chile




El poeta de Texas escucha leer en español a la poeta de Chile
Robert Cowser

El ritmo del poema es como un tatuaje que pasa rasando
la superficie del aire denso de la sala, repitiendo como un eco
el tamborileo de la lluvia sobre el alféizar de la ventana.
Escuchamos zetas castellanas y consonantes labiales
agitarse como boyas al viento sobre el Lago Chapala.
Ya conocíamos algunas palabras españolas como amor y muerte,
aunque lo que realmente hacen esas palabras en un verso
es crear un estado de ánimo, algo así como las notas de una sonata.
Para nosotros, los anglos, los fonemas eran como aquellos
que Gertrude Stein pudo haber pronunciado en París,
hace ya muchos años, si hubiese sido latina:
la rosa es la rosa es la rosa.


La génesis de este poema -que escribí en 1999- se remonta a muchos años antes.
Desde muy joven me fascinó el sonido del idioma español. En la granja, en el norte de Texas, donde crecí, escuchaba las transmisiones en español de las radios mexicanas de los pueblos a lo largo del Río Grande. La rapidez con que hablaban los locutores me hacía imposible comprender donde terminaba una palabra y
comenzaba la otra. Sin embargo, muchas de las palabras de las canciones que se transmitían eran distinguibles (me fascinaba la música de los acordeones y las guitarras y las voces de los tenores en Allá en el rancho grande, una de mis favoritas).
Cuando niño, nunca tuve la oportunidad de estudiar español como alumno en las escuelas rurales, pero ya mayor, apenas entré a estudiar pedagogía, me matriculé en los cursos de español. En mis viajes a México hacía lo imposible para platicar con los conductores de taxis, los camareros, los dependientes de tiendas y las familias con las cuales me hospedaba.
Luego, como profesor, al trasladarme al este del país, excepcionalmente tuve la oportunidad de escuchar o de hablar español, hasta que, en 1989, llegó a la Universidad del Estado de Tennessee, donde yo trabajaba, la catedrática y poeta chilena, Alicia Galaz Vivar.
En ese tiempo la universidad auspiciaba todos los años una lectura de poesía con la asistencia de los poetas de la región. Alicia siempre participaba con la lectura de uno o dos poemas en el español original y, luego, la versión en inglés.
Los temas de sus poemas mostraban una perspectiva feminista del mundo machista, que me interesó, y comencé a leer sus libros que pude encontrar en la biblioteca de la universidad. Descubrí que sus poemas captan –con impresionante originalidad- esa posición antimachista latinoamericana.
Esa noche de primavera de 1999, pocos minutos antes de que comenzara la lectura, una furiosa tormenta eléctrica azotó la ciudad. Cuando Alicia leyó, todavía se escuchaba el repiqueteo de las últimas gotas de lluvia sobre los alféizares de las ventanas abiertas de la sala y se podía ver el resplandor distante de los relámpagos de la tormenta que se alejaba. Nunca he olvidado la impresión que me causó escuchar sus poemas en español y de cómo entendí algunas de las palabras de un poema en especial, Hembrimasoquismo (**) que, si bien se refieren a una dependencia doméstica y económica, son, a la vez, simbólicas palabras de independencia.
Mientras escuchaba las palabras en español, antes de oír la traducción al inglés, me sentí motivado, impulsado, a escribir una respuesta en forma de poema: un responso a esas hermosa música de frases y versos. Me di cuenta, entonces, de que estaba experimentando una nostalgia, una añoranza: lo que William
Wordsworth describió como epifanía del recuerdo.
*

Robert Cowser (1931; Saltillo, Texas), es poeta y profesor emérito de inglés en la Universidad del Estado de Tennessee.

* Este artículo y el poema han sido traducidos del inglés por Oliver Welden
** Jaula gruesa para el animal hembra (Arica, Chile: Ed. Mimbre-Tebaida, 1972)


Crónica escrita en 2007.-

El iceberg y la creación artística

El iceberg y la creación artística
(y la critica a algunas propuestas “neo-realismo socialista”)


Por Javier Campos


Pensaba en lo siguiente, y que de alguna manera tiene su verdad. Es bastante común que muchos artistas, especialmente poetas, expliquen sus poemas. Nada de malo en eso pero hay algo que no funciona para mí (en la explicación de “sus” poemas me refiero). Digamos, poniendo el asunto en una imagen, que el poema, o la obra de arte en general, es como un iceberg (lo decía ya Ernest Hemingway). Que bajo la superficie de un texto, en una obra significativa, debe haber una gran profundidad que no se ve pero que el lector (en caso de la literatura) quede impactado por unas nuevas perspectivas que aquel poema da sobre la realidad. El misterio de la obra de arte, aquella que sí tiene una gran profundidad de aquel iceberg, es justamente que la superficie no termina más allá de esa superficie sino que continúa en una profundidad pero imaginativa por sobre todo (o más que todo).

Eso está bien. Lo curioso es cuando los artistas explican aquella profundidad de su obra, elaboran teóricamente esa profundidad que supuestamente tiene su poema o su producto artístico. Nos asombran ellos con diversas teorías explicando la hondura que hay en su propia creación (poema o narración, o cuadro o escultura, etc). Nos emboban con aclaraciones junto con sacar múltiples referencias teóricas y mencionan a autores universales (o nacionales) que supuestamente estarían en esa profundidad del (o de su) iceberg. Nos aclaran en otras palabras lo que, como autores, creen haber plasmando en su producto creativo. Lo dramático es que luego, para el lector o auditor común, realmente debajo de esa superficie no hay nada. Absolutamente nada de los que nos ha explicado el autor. Solo una chatura superficial. ¡La significación del poema o la obra artística –que nos aclaró el mismo autor- no aparece por ningún lado! Es como el abuso que hacen los estudios culturales sobre una obra artística (yo también he caído en ese abuso). Buscan únicamente la almendra ideológica o política de cualquier novela, poema, film. Pero de lo artístico ni se habla. Cualquier obra que se escriba puede analizarse desde la perspectiva de los “estudios culturales” porque hasta una silla se puede interpretar de esa manera pero queda fuera la importante pregunta: ¿Y por qué esa silla tiene o no tiene un valor artístico?

“El poema no se explica” decía Gonzalo Rojas. Eso mismo lo han dicho cientos de artistas. He mirado tantas veces el “Guernica” de Picasso en diferentes partes del mundo y no me canso de admirar lo que hay en ese cuadro de real profundidad. Ese gran iceberg que, aparentemente, es la descripción de una casa en llamas con gente sufriendo dentro, una mujer asombrada que entra a la casa por la ventana y con una lámpara en la mano, un caballo que se quiebra y mira hacia un toro como las otras imágenes. Picasso jamás pasó tiempo aclarando lo que pintaba ni menos en explicar teóricamente la inmensa mole que sí había debajo de esa superficie realista/cubista, en blanco y negro, aparentemente insignificativa (como sí lo pensaba, por el contrario, Luis Buñuel , pues no le gustaba para nada el “Guernica”).

Al final de cuentas, y eso muchos artistas jóvenes aún no se enteran, es que la obra de arte no es una construcción teórica ni una agenda política como en un reciente artículo escribía el poeta joven Jaime Pinos (“La poesía como política” publicado en lanzallamas.com). Postura bastante caduca y especie de rehabilitación de un muerto bien enterrado: “el realismo socialista” en el arte. Resulta que algunos/as no han revisado que en estos tiempos una poesía para cambiar el mundo no funciona, especialmente en los tiempos globales que vivimos. Hay que reprocesar bien lo que ha ocurrido respecto a la creación artística durante la revolución soviética, la cubana o nicaragüense, por ejemplo.

Es decir, la obra de arte (y la poesía por supuesto) es “un artefacto imaginario que debe proveer a la gente una perspectiva distinta de la realidad, no a nivel teórico, sino a nivel imaginativo”. Y, claro, no todos pueden hacer eso aunque hayan leído a miles de escritores del pasado. Un pintor puede explicar como nadie la pintura del renacimiento o la de la vanguardia de comienzos del siglo XX, pero al intentar pintar algo puede pintar un cuadro realmente insignificante, un bodrio.

Todo lo anterior es muy común encontrarlo en algunos sitios de Internet, como en los “blogs” chilenos de literatura y de otros países. Especialmente (y esto es lo alarmante) en los que se autoeditan sus propios libros electrónicos (incluso en bellas ediciones en Internet pues ya cualquiera puede hacerlo). Luego, como se auto editaron, ya se convierten ellos mismos en escritores por “creación espontánea” sin haber pasado nunca antes por algún editor serio o un comité editor. Probablemente ese editor del pasado quizás tampoco exista hoy porque también las ediciones de las grandes editoriales están afectadas por el mercado global. O sea que la poesía está en una crisis profunda (lo cual no es ninguna novedad) respecto a su difusión a través de un libro en papel (la tradicional forma de “la cultura letrada”). Lo otro ha sido, por el contrario, la poesía de lectura masiva como son los Festivales Internacionales de Poesía. Esto último ha dado vuelta la función de la poesía misma en estos tiempos. Se ha trasladado “la poesía encerrada” a la “poesía abierta”, a “la lectura pública” ante miles de personas y ante una diversidad étnica de auditores. ¿Es que debemos hacer poesía para leerle sólo a los mapuches o a las mujeres o a los mayas de Quetzaltenango en Guatemala o a lo misquitos en Nicaragua? ¡Pues no! . En 1950 Nicanor Parra produjo escozor entre muchos poetas cuando habló de “la poesía de la oscuridad” y “la poesía de la claridad”. Yo recupero ahora ese artículo de Parra pero lo pongo de otra manera de acuerdo a nuestras circunstancias globales y digitales: hay que construir en estos momentos “la poesía abierta” en oposición a “la poesía cerrada”.

Creo que la poesía para leer ante un grupito de amigos, en un bar con 6 personas (igualmente amigos o amigas), o en una conferencia universitaria donde hay 7 sentados, ya no funciona desgraciadamente. El poeta en esta globalización debe intentar leer ahora ante un público masivo o de lo contrario, en mi opinión, quedará hundido y olvidado en unas profundas catacumbas como aseguraba Octavio Paz. Cuando la poesía se transforma en lecturas públicas masivas, en otra comunicación, deja atrás la comunicación de ghetto poético, de sala cerrada y hermética, de ambiente lárico, de esa intimidad que algunos todavía sienten nostalgia (yo también a veces), de verborrea teórica sobre lo que debe ser la poesía, etc... Lo que sí es cierto es que aquella milenaria comunicación poética se ha perdido ahora en un mundo donde la revolución digital y la cultura de la imagen prevalece y está, como Dios, en todo lugar. Es el Dios cibernético y del cual el arte actual no puede desprenderse ni menos oponerse o de lo contrario nos quedaremos en esas catacumbas de las que hablaba el poeta mexicano. También resulta una perdida de tiempo en estos tiempos globales catalogar la poesía o si debe ser “realista” o “no realista” y si debe ser “vanguardista” o lo contrario. Lo que importa, como todo arte lo ha hecho desde que tenemos noticia, es atrapar a cualquier lector de cualquier parte del planeta y no sólo a los lectores o auditores de “Providencia” o “La Quinta Normal” únicamente. Y de eso -llegar de alguna manera a un público masivo en estos momentos- lo sabía ya Vladimir Mayakoski durante la revolución bolchevique. Y en estos momentos también lo sabe muy bien ese gran poeta ruso vivo que es Yevgeny Yevtushenko o más cercanamente Juan Gelman entre muchos y muchas más poetas.


Escribo este breve artículo en esta revista, en su primer número, para levantar un debate. Algunos quizás me atacarán con furor. Pero es importante salirse alguna vez de la “perspectiva chilensis” siempre afectada por la cerrazón que nos produce la cordillera de los Andes. Que “si no ocurre en Chile, no existe en otra parte del mundo”. Y es que la joven poesía chilena, muchas veces con rabia (ya Jorge Teiller decía que la poesía nuestra estaba cargada de mucha rabia), tiende a considerarse el centro de la poesía latinoamericana. Esto último ocurre porque ni se sabe qué hay más allá de Perú o Argentina (que tienen buenos poetas). Pero ¿y qué saben del resto de América? Es fácil mencionar nombres, pero lo difícil es realmente asimilar a los mejores escritores (hombres y mujeres). Creo, porque lo he experimentado en distintas partes del mundo, la necesidad de desarrollar la lectura para un público masivo y diverso como lo hacen los poetas en Centroamérica por ejemplo. La poesía en estos momentos no puede ser hermética ni buscar en estos días una posible “neovanguardia” (ya eso está inventado y reinventado) que a penas la entiende el poeta mismo y menos la entienden sus amigos personales junto a la indiferencia que muestra la “academia” que mejor prefiere seguir con los autores canónicos (de lo cual no estoy de acuerdo en esto último).
Finalmente, la poesía, como todo producto imaginativo (si es que logra este último nivel) debe lograr una universalidad a través de un imaginario original. Si una persona lejana allá en Quezaltepeque entiende y recibe el imaginario de un poeta que viene de las antípodas del mundo de esa persona, y alguna veloz imagen le traspasa el corazón, entonces la poesía no canta en vano. Porque la poesía y recetarios teóricos para escribirla no funcionan. Bueno, si funcionaron como panfletos pasajeros pero de eso ya nadie se acuerda.



*Javier Campos. Poeta, narrador, columnista. Invitado a varios Festivales Internacionales de Poesía en América Central y el Caribe. Varios premios a nivel internacional. Cinco libros de poesía, una novela, un libro de cuentos. Más detalles en su página en Internet: http://www.faculty.fairfield.edu/jcampos/
El iceberg y la creación artística




Crónica escrita en 2007.-

El brazo de Pedro Páramo




EL BRAZO DE PEDRO PARAMO
Por Guillermo Rivera


1. Tengo seis años o tal vez seis y medio. Mi papá lleva corbata nueva y conduce su chevrolet Biscayne sesenta y ocho, sin prisa. Nunca vamos a Valparaíso excepto cuando en la primavera se instala el circo junto al gasómetro.
Mis padres dicen que el sector huele mal, que tiene una especie de belleza demente. Lo cierto es que yo nunca he visto un demente: he visto vagos y huérfanos, pero nunca un demente.
En casa afirman que ellos tienen la facultad para ver el fin de las cosas, el fin de todo.

2. Mi papá detiene el vehículo, se quita el veston y baja a comprar cigarrillos. Luego, lo observo fumar dentro del auto.
Después de subir por el pasaje Quillota y pasar frente a un hospital de tres pisos y puerta giratoria, dobla hacia la derecha para estacionar a mitad de cuadra. Nos dirigimos entonces hacia una puerta de dos hojas color café.
La mujer es alta o me parece alta. Lleva una bata brillosa, el cabello tomado y nos recibe con cordialidad. La niña aparece después, es un par de años mayor que yo y tiene la piel muy blanca.

3. El patio de la casa es rectangular. Hay un parrón, un sendero de gravilla, paños de tierra cubiertos con maceteros y plantas. Cuando nos quedamos solos, la niña busca algo cerca del resumidero y me muestra una perola color marrón.
Es una tortuga hija – dice. Tiene más de ochenta años, pero es sólo una hija. Y luego la hace caminar por el suelo.
En tanto, veo a mi papá conversando detrás del ventanal, moviendo los brazos con confianza, con ligereza, frente a la mesa del comedor. Un par de veces la mujer se levanta, abre la puerta que da al patio y nos ofrece galletas con leche chocolateada.

4. La niña bebe la leche de un sorbo, bebe sin detenerse, haciendo un ruido sordo con la garganta. Después nada más fija la vista, la fija en un punto que está más allá del resumidero y de los árboles, incluso más allá de las paredes de la casa o de las paredes del barrio, estallando como mil pedazos de nada sobre una nada más grande.
Mucho después, cuando hablamos sentados en una banca cerca del resumidero, escucho abrirse la puerta junto al ventanal y nuevamente la voz de mi papá. La señora se acerca y me besa en la frente, mientras la chica esconde sus manos en el delantal.
Antes de cerrar la puerta, mientras nos detenemos en el zaguán, mi papá señala a la chica y me dice:
“Despídete de ella que es, también, tu hermana.”


crónica escrita en 2007.-

DON SATURNINO OLIVARES, PESCADOR Y CUENTERO FINO


DON SATURNINO OLIVARES, PESCADOR Y CUENTERO FINO
Por Cristián Vila Riquelme
(el autor es escritor, Doctor en Filosofía por la U. de Paris-Sorbonne y columnista en diversos periódicos del país y del extranjero)


Lo llamábamos Don Saturno. Era un viejo pescador con el pantalón arremangado hasta las rodillas, un sombrerito que alguna vez debe haber sido recién salido de fábrica (de Donde Golpea El Monito por ejemplo), una camisa gruesa desabotonada desde el plexo solar hasta el cuello y una expresión entre burlona y sabihonda. Como casi todos los viejos pescadores de ese tiempo, era su manera de mirar el mundo. Solía salir solo en su pequeño bote (ya estaba viejo para remar con uno más grande) y, al menos como yo lo recuerdo (era yo un infante de no más de ocho años en ese entonces), se instalaba un poco más allá de La Isla (la roca inconcebible en medio de la caleta) a echar sus redes inagotables y mágicas, qué duda cabe. Porque en esas épocas prehistóricas el pescado abundaba en estas costas irredentas, los mariscos, el paisaje unánime y libérrimo de esta caleta olvidada (no existía aún ese horror de la pesca de arrastre aceptada por nuestros parlamentarios y nuestros gobiernos como algo necesario dentro de la globalización). Lo veíamos allá, tranquilo y consuetudinario, echando en su barca los frutos que recogía, perdido en quién sabe qué pensamientos náufragos o aventureros, con su infaltable sombrerillo sobreviviente de quién sabe qué batallas perdidas o ganadas. Era ya una leyenda.
A veces, nos sacaba a pasear a mi padre y a mí por la Bahía Horcón, contando unas historias delirantes de aparecidos, monstruos marinos, lunas demasiado llenas, descabezados galopantes sin rumbo, gigantes inconmensurables, amores inmoderadamente apasionados, sirenas. Mi padre, como buen psiquiatra enamorado de los relatos y de todas las artes, sólo atinaba a respirar grandemente el oxígeno marino y me dejaba a mí gozar de los entreveros cuentísticos de Don Saturno, como si hubiese intuido que me iba a transformar en un cuentero de tomo y lomo, es decir, en un escritor editado y, a veces, por qué no, premiado por sus esfuerzos denodados con la nada y con los fantasmas. Claro, los escritores siempre robamos historias de los otros, lo cual no es un crimen ni mucho menos, porque un escritor debe nutrirse de los Otros, de los demás. ¿Quién puede pensar, seriamente, que todo lo que contamos sale solamente de nuestra imaginación?
Don Saturno dejó una prole respetable. Son muchos los que en Caleta Horcón tienen algún grado de parentesco con ese viejo magnífico e inolvidable. Y todos se sienten orgullosos, porque fue un pescador emblemático: sacrificado, trabajador, porfiado, emprendedor, arriesgado. Se murió, además, a los 103 años de su edad. Sano, fornido y con esa mirada hermosa del que siempre está mirando en lontananza, como si siempre hubiese sabido adonde íbamos a llegar con esta modernidad atroz que de nada ha servido que no sea el terminar con los vínculos comunitarios y con la solidaridad y con los sueños. Levanto mi copa por Don Saturno y por la posibilidad de seguir porfiando con que, algún día, lo veremos otra vez echando sus redes detrás de La Isla, pero esta vez para siempre.

Crónica escrita en 2007.-

Dios ha muerto en poesía de César Vallejo y Pablo de Rokha



‘Dios ha muerto’ en la poesía de César Vallejo y Pablo de Rokha.
Francisco Leal
(Washington University in St. Louis)

La retirada de los Dioses en la modernidad secularizada o el supuesto relevo que le hace la poesía a la religión, no es de lo que les voy a hablar, sino de la manera en que en la poesía de Pablo de Rokha y César Vallejo se presenta el tema de la muerte de Dios o de dios en retirada y ver a qué responde poéticamente la insistencia de constatar esta muerte. La destrucción de Dios es parte de un proyecto creativo inevitable para la instalación de un espacio poético diferente: destruir a Dios era una condición fundamental para la nueva poesía que buscaban ejecutar tanto Vallejo como de Rokha. Es la destrucción de lo viejo, pues no puede haber nueva poesía con la presencia de Dios, al menos del Dios tradicional. Esta destrucción no es reemplazo: la poesía no se propone ningún relevo. Esa destrucción es, sobre todo, posibilidad. Dostoyevsky ponía en boca de uno de sus personajes la famosa frase de que si Dios está muerto, todo es posible, por lo que sacar a Dios del horizonte poético se convertía en una de las grandes aventuras de la poesía moderna. Sin dios, la poesía lanza nuevamente sus dados. Vallejo y de Rokha se sumaron a esta apuesta. Me propongo ver de qué manera estos poetas declaran la muerte de Dios y qué implicancias tiene esa muerte para su trabajo. Partiré con sus poemas titulados “Dios”, de los Heraldos negros en Vallejo, y de Los gemidos, en de Rokha —ambos de principios del siglo veinte, y por lo mismo marcados el nuevo vigor de la poesía— para ver luego otras figuras que aparece en su poesía.

¿Qué quiere decir la frase “Dios ha muerto”? Alain Badiou aclara que es muy diferente la expresión ‘Dios no existe’, que se presenta como teorema, que ‘Dios ha muerto’, que habla de un nombre propio. ‘Dios ha muerto’ implica que Dios, en algún momento, estuvo vivo para alguien. Pero, si ha muerto, también implica que ya no está, que se ha perdido, y que en esa retirada se acumula una nostalgia y oscuridad de sentido. Sin Dios, el mundo se oscurece. Ese Dios que ha muerto, lo repetía Nietzsche, es el Dios de la religión, y con él “la religión también ha muerto” —“lo que subsiste no es más que su dramaturgia, un teatro donde, como en Hamlet, los espectros expresan una apariencia de eficacia” (13). Pero que haya muerto ese Dios no aclara mucho nuestro asunto. “Es muy difícil que la desaparición de lo religioso como tal arrastre mecánicamente consigo la desaparición del motivo metafísico [o poético], infinitamente más resistentes.” Hay otro Dios del que se demuestra su existencia —que es propiamente el “perfecto contrario de la constatación de su vida”, pues la prueba se opone al encuentro. Ese es el dios de la metafísica: un Dios foráneo que no sufre, que no padece, como reclama Vallejo. Puede que el Dios de la religión haya muerto, pero el Dios de la metafísica, “un Dios que no da nombre más que un mero principio, resulta precisamente inaccesible a la muerte.” (17)

Pero Badiou habla también del ‘Dios de los poetas’, aquel que reclamaba Heidegger cuando afirmaba que ‘solo un Dios puede salvarnos’. Es el Dios de los románticos, que “No es ni el sujeto vivo de la religión, pese a que se trate efectivamente de vivir junto a él, y tampoco es el Principio de la metafísica, aunque se trate de encontrar junto a él el fugaz sentido de la Totalidad. Es aquello a partir de lo cual existe para el poeta el encantamiento del mundo, y cuya pérdida le expone la desocupación. De este Dios, no podemos decir ni que está vivo, y tampoco podemos decir que se le pueda deconstruir. Este Dios se ha retirado, dejando al mundo presa del desencanto”. El Dios de los poetas responde a una búsqueda de sentido, pero también a una nostalgia por el abandono y a una promesa abierta: sentido, abandono y promesa son los tres nombres que traza este Dios, sin duda más resistente que el Dios de la religión.

En Vallejo el tema de Dios aparece o desaparece significativamente en toda su obra, y digo desaparece significativamente porque en sus Poemas póstumos, Dios es reemplazado por una redención social —el poema “Masa”, donde el miliciano al ser abrazado por toda la humanidad se levanta y triunfa sobre la muerte habla precisamente de eso. Rafael Gutiérrez en libro César Vallejo y la muerte de Dios precisa, como lo han hecho otros críticos, que en la poesía de Vallejo aparece una cristología invertida, una historia sagrada desacralizada o un terreno donde se presenta una religión vacía de trascendencia. —Dios ha muerto y la religión sobrevivió a esa muerte. (Zupančič) Basta solo leer “La cena miserable” para percatarse de que estamos en ese terreno. Sin embargo, la idea de Dios no se cierra solo en esta concepción vacía. En Vallejo la figura de Dios es más complicada. En el poema “Dios”, por su parte, presenta a un Dios personal, vivo: “siento a Dios que camina tan en mí, con la tarde, con el mar. Con él nos vamos juntos. Anochece. Con él anochecemos, Orfandad”. Parte el poema señalando un Dios encontrado. Este Dios no es el Dios vacío de la religión, al contrario: es el Dios empático, que sufre, el Dios humanizado y hospitalario que le dicta “no sé qué buen color” y que se reúne con el hablante en el espacio del amor y el dolor. Pero a este Dios personal, en la poesía de Vallejo, se le agrega otro lejano. El Dios que sufre es el Dios vivo: pero el Dios que no sufre o carece de “Maria que se van”, o que hace del universo un juego de dados que van a parar a la sepultura, el dios de los “Los dado eternos” es el reverso de este Dios que camina hospitalariamente y sufre. Tenemos en Vallejo el Dios vivo del encuentro que reluce en el poema “Dios”, y está su reverso, el Dios lejano, impávido y apático, de “Los dados eternos”, que no es más que un Dios en retirada. Pero más interesante es el Dios que se cruza entre estos dos motivos, el Dios vallejeano por excelencia: es decir, el Dios enfermo, grave que se empieza a perfilar en “Espergesia”, al final de los Heraldos Negros. De ahí empieza a perfilarse un Dios extraviado que no termina por desaparecer o morir, pero se encuentra ya aquejado, degradado, animalizado o enloquecido, como aparece en el poema LXI (61) de Trilce:
Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto;
husmea, golpeando el empedrado, luego duda,
relincha
orejea a viva oreja. (245)

Más que propiamente “una muerte de Dios” en Vallejo, lo que tenemos es el acarreamiento de un Dios moribundo, a medio morir; un muerto viviente. Este dios remarca una crisis de sentido: un dios a medio morir pone al sentido en su abismo. Pero hay otro dios. En Vallejo: el que atestigua el vacío. Vallejo, para explicar la libertad expresiva de Trilce, sustraída de cualquier referencia poética, utiliza a Dios como testigo de una instancia imposible de atestiguar. Como confiesa el poeta, Trilce es un libro que “ha nacido en el mayor vacío”, ya que asume como “tarea imperativa” “de la libertad, la libertad expresiva”. Y declara: “¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad!, “¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo de que todo vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!” Este no es ni el Dios del encuentro, ni el foráneo, ni el enfermo a medio morir: es el que es capaz de atestiguar la libertad sin otro referente que su propia decisión. Es el dios vacío que atestigua lo indecible del evento poético.

De Rokha, por su parte, se desliga completamente del tema de Dios como un lugar de encuentro. En su poesía Dios aparece como falso concepto o mentira. Dios nunca ha existido, es su axioma: siempre ha sido una ilusión. El imperativo consiste, entonces, en el desmontaje de Dios, y para destruirlo hay que exponerlo. Como el Dios de la metafísica, un Dios silencioso es un Dios indestructible. La pugna que entabla la poesía rokhiana consiste en desmantelar la ilusión de Dios mostrando su génesis: mostrar la composición de dios es el primer paso para erradicarlo. En el poema “Imprecación a Satanás” que aparece en Los gemidos, se explicita: “creo en Dios, como el espanto inicial del conocimiento, la mentira animal prolongándose inmensa y dolorosamente hacia la eternidad.” (59) Dios “existe” pero como miedo y mentira: su existencia se explica no en un encuentro sino en un padecimiento—Dios es la mentira que surge de un miedo, de un vacío del conocimiento, de la muerte; es la proyección de ese terror y ese espasmo. Idea que vemos profundizada en el poema “Dios” del mismo libro, donde de Rokha saca a relucir poéticamente todo el bagaje nietzscheano. Parte el poema anunciando que a Dios “lo fabricó el hombre”, a su semejanza, profundizando la idea del miedo como sentimiento creador. Dios, en su origen terrible y espantoso, se transforma en una suma creativa de hombres, un infinito de hombre creando y por lo tanto en perfección: es en “un triangulo que se diluye en las estrellas claras”. Dios es una fabricación, y esa fabricación urge o requiere de un dolor como condición de posibilidad. No hay creación sin sufrimiento, sería una máxima rokhiana. Pero esa fabricación dolorosa, que nace del espasmo, es una mentira, “una negación de la vida”, “negación del hombre”: un idealismo engañoso, “la mayor infamia de los siglos.” —Dios “ennegreció la vida con la pintura negra de los sueños y orinó la dignidad del hombre”. No le faltan epítetos a de Rokha para marcar el desvío idealista que señala la figura de Dios. Frente al caos y la muerte, el hombre urge de Dios como referente de sentido. [Dice] “Dios contesto las más tremendas, las más oscuras, las más funestas interrogaciones y la gran pregunta de las cosas”; Sin embargo, continúa, “las más tremendas, las más oscuras, las más funestas interrogaciones y la gran pregunta de las cosas, aun no han sido todavía contestadas” (148). Dios existe para darle sentido a la muerte, por lo tanto a la vida y a las cosas, pero esa respuesta que crea a Dios, que es la respuesta a la interrogante de las cosas, no hace más que ocultar la verdadera pregunta: simula una verdad y tapa la verdadera pregunta que de Rokha poetiza sin enunciarla. El Dios rokhiano, como vemos, es Dios-concepto que hay que desmontar por tratarse de una mentira. Pero de este Dios creado el hombre hay que recuperar su capacidad generativa: hay que emular la fórmula de la creación de Dios, la manera en que Dios ha sido creado. De ahí que de Rokha utilice figura de Satanás y otras figuras bíblicas como Dios caído, Dios sin Dios, para marcar el poder creativo que surge del espasmo, el terror y el sufrimiento como lugar creativo.

En conclusión, Vallejo relega a un Dios personal a un estado moribundo, lo arrastra enfermo, enloquecido, marcando un sentido inevitablemente fracturado; pero al mismo tiempo lo instala como único testigo de su poesía que irrumpe del vacío y que apela a la más rotuna libertad: Nadie o nada (salvo dios) puede atestiguar ese terreno. De Rokha, por su parte, se instala como antagonista de un Dios conceptual que no hace más que perpetuarse en el lugar de la mentira, pero al cual se debe extraer el poder generativo, creativo y movilizador de esa ilusión. Para terminar debo anotar —aunque por ahora sin profundizar— que tanto Vallejo como de Rokha desplazan al Dios del sentido e instalan el heroísmo social como lugar de redención: La promesa de sentido se revitaliza pero ahora en el horizonte humano, como muestra su poesía plegada a la política. Puede que de Rokha y Vallejo sigan, de alguna medida, anclados al Dios de los poetas como promesa de redención y sentido, pero también son pioneros en mostrar un desenfado y la búsqueda de una poesía sin Dios, una poesía donde sin más remedio: “Dios ha muerto”.

Crónica escrita en 2007.-

Defensa del idioma




CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron
(Valparaíso, Chile. Poeta)

Defensa del idioma


Cierta vez en Budapest (bonito nombre para iniciar una nota) encontramos, Sergio Holas y yo, a una señora que nos habló en castellano. Por ahí, compañeros, nos indicó con un señero grito mientras, plano en mano, buscábamos alguna salida conocida desde el Metro, en la Deán Ferenc tér. La dama vestía de campesina y llevaba un pañuelo sobre su cabeza. De seguro, pensamos, se trataba de una combatiente de las Brigadas Internacionales rescatada desde algún álbum fotográfico.
Era sorprendente que alguien hablara español a esas alturas. El idioma más cercano a los conocidos era el alemán, que ninguno de nosotros conocíamos, y nadie parecía entenderse el inglés o francés; menos aún en sueco. Y como algo sabía de estos problemas, meses antes de volar a Hungría me puse a estudiar su idioma con Jutka Nahuel, esposa de mi amigo Waldo, en su casa del Cerro Alegre. No me sirvió de mucho; pero al menos podía decir el número de mi habitación en el hotel de estudiantes donde alojaba, unas dieciocho palabras o pedir un jugo de naranjas; aunque me sirvieran a cambio un yogurt. También pude hacer otras cosas; como pedir a los dependientes de un céntrico establecimiento libros de sus poetas vigentes y que ellos mismos desconocían. Algo así como preguntar por Lihn o Teillier en un mall del barrio alto.
El embajador de Chile en ese país, un profesional joven y de carrera, envió a la primera secretaria y al chofer a rescatarme del aeropuerto. Luego de un breve café me señaló, con orgullo, que el día anterior había estado almorzando nada menos que con los embajadores de la Sociedad de Escritores de Chile para Europa. Los señores Mauricio Barrientos y Mario Artigas, me confesó arrellenándose en su sillón de cuero. Mientras viajaba en tren hacia el sur, esa misma tarde, continuaba riéndome de la proeza de este par de santiaguinos.
Mis amigos -íbamos invitados a un encuentro de literatos y profesores de Español- desconfiaban de mis habilidades lingüísticas. Para Gonzalo Contreras yo era un farsante y Mauricio, junto su heroico compañero de armas, me miraban con una disimulada sonrisa. Yo me había entretenido traduciendo, antes de mi partida, algunas normas para circular en el subterráneo, horarios, buses, monto de billetes y otros pocos asuntos de utilidad pública que distribuí entre los participantes chilenos. No suban a ningún taxi, les advertí; es como en Santiago. Sin entrar en mayores detalles, los escritores diplomáticos pagaron una muy buena suma de dinero por un viaje desde la estación ferroviaria al hotel Stadium, unas siete cuadras en línea recta, además de una multa –doce mil pesos chilenos cada uno- por no colocar un boleto nuevo al hacer el cambio de línea en el metro. Se quisieron hacer los extranjeros; pero de nada valió el truco ante la policía de turismo. Ahora suponen que algo sé del idioma magyar.
Ambas desgracias ocurrieron en la capital, luego de estar en Pest, cerca de la frontera con Croacia. Pero también recuerdo que, sin proponérmelo, otro idioma apareció en mi defensa en el tren de regreso. A mitad de camino, y después de una breve siesta, me dirigí al coche salón a tomar una cerveza. Mis colegas compartían en torno a una mesa junto a unas cuantas botellas. Me acerqué al mesón y pedí una. El garzón me entendió sin problemas; pero un tipo con pinta de obrero, rubio y bajo, me indicó algo en su idioma. Le hice un salud. Como insistiera le dije, en magyar, que no hablaba su lengua. Y qué hablas, me preguntó con insolencia. Con calma, y en cada idioma, le fui diciendo que inglés, algo de francés, un poco de portugués, castellano desde ya, sueco, bastante, y que algo me entiendo en danés y noruego. Debe haber supuesto que le tomaba el pelo y se puso a gritarme en ruso. No hablo ruso, le dije en ruso; y fue peor. En verdad no entendía ni media palabra. El tipo estaba desaforado y me soliviantaba a su gusto. Iba acompañado de dos más.
De pronto el vozarrón de Artigas, en el mismísimo idioma de Puskin, sacudió el carro. Se levantó con furia y encaró al sujeto con palabras más extrañas aún, pero que deben haber sido efectivas, pues éste se fue achicando hasta retirarse completamente ante la mirada perpleja de sus acompañantes. Es que eso yo no se lo aguanto a nadie, me explicó; como si yo fuera en verdad un políglota.
Mientras recuerdo reflexiono sobre la vanidad y la tontera humanas. Mi imagen de culto y viajado estaba ya bien arriba cuando rememoré lo del coche comedor. Justo sea decir también, que Artigas, curiosamente, había hecho cantar en ruso a un reaccionario conjunto folklórico en Villámy después que este viajero, borracho una vez más, les aclarara que éramos de América, no de Norteamérica carajo, y que alzaba mi copa por la unidad serbio húngara.
Ante las miradas asesinas, la sagrada lengua eslava ya había salido en mi defensa.


Crónica escrita en 2007.-

Editor

Consideraciones eróticas




CONSIDERACIONES EROTICAS.
por Cristián Vila Riquelme

Recomiendo encarecidamente sumergirse en las tórridas y turbulentas páginas de la literatura erótica: en las obras maestras del siglo XVIII, como en algunas posteriores y anteriores (valga la redundancia). Y no sólo por las conclusiones ex cathedra, cuyas proyecciones son fascinantes en estos tiempos, sino por el puro placer del verbo. Puesto que cabe destacar que en casi todas las novelas libertinas francesas del siglo XVIII existe un verbo con muchas implicaciones: socratizar. Cuando se describe alguna escena de sodomización se utiliza dicho verbo con un brío pocas veces demostrado en algún manual de filosofía o de lingüística que, eventualmente, pudiera utilizarlo. La filosofía o la enseñanza, en este caso, se inocula por canales poco ortodoxos. Por cierto, hay algunos que "en la realidad" cometen el crimen sin decir la palabra filosófica adecuada. Pero, en general, el humor de los escritos de marras consiste en que toda una concepción moral hipócrita, enrejada en la dicotomía de lo público y de lo privado, de la real politik y los principios, es echada por tierra. El desenfreno encuentra entusiastas seguidores hasta en los templos de la virtud.
Pero lo notable de esta palabrita, socratizar, es que viene del nombre de Sócrates, quien, como todo el mundo sabe, no se contentaba solamente del tan manido "amor platónico". En aquellas épocas pasadas, la acción contenida en el verbo que homenajea a nuestro filósofo mártir no era considerada bajo ningún punto de vista como algo impropio, y si bien se ha tratado de hacer aparecer en algunos círculos la acusación hecha a Sócrates como algo que insinúa una "desviación", la verdad es que dicha acusación le fue hecha claramente por otras razones. A menos que dichas razones no hayan sido tales y que una "desviación" oculta fuese el acto fundacional de nuestra civilizada hipocresía.
Ahora bien, lo interesante es considerar que la civilización occidental surge, lisa y llanamente, no sólo de la antigua Grecia, sino que del filósofo al cual los libertinos del siglo XVIII le verbalizaron el nombre. Civilización ésta, la de Occidente, a la que los inquisidores de siempre defienden hoy día contra la "decadencia moral" y la polución de la diferencia, en nombre de la "moral objetiva" y de las "buenas costumbres"... Pero nuestros libertinos del '700 abrieron la brecha por donde los flujos del cuerpo y de la imaginación desbordaron los límites impuestos a nuestros "instintos básicos" por una realidad y una razón que suelen caer, también, en el terreno de la invención. La descripción detallada del erotismo y de todas las voluptuosidades de la carne -aunque fluctuante entre la admiración impúdica y el horror moral, entre la complacencia y la denuncia-, coincide siempre en considerar al cuerpo como un templo al que hay que alimentar con todo tipo de manjares y libaciones refinadas, para que así recupere las fuerzas perdidas en los pliegues y despliegues del exceso que, como se sabe, conduce al palacio de la sabiduría. Estableciendo una equivalencia absoluta entre los placeres de la buena mesa con los placeres del sexo. Mirabeau, por ejemplo, en su Erotika Biblion, hace el catálogo de todas las variantes del placer, "disolutas" o no, con el objetivo de "invertir los valores" hasta ahora aceptados: con la noción de pecado, por ejemplo, que es una invención de la vulgata, puesto que la acepción original (hatta en hebreo) quiere decir "no conseguir el objetivo", "no dar en el blanco", "errar el tiro".
Consideremos, entonces, para terminar, que lo extraordinario de estas novelas libertinas es que nos enseñan que la imaginación y el deseo nos llevarán siempre al placer de "dar en el blanco". Como dijo alguien por ahí: "Cuando el cuerpo está encerrado, el espíritu se venga".

Crónica escrita en 2007.-

editor

Conejillos de Indias


Conejillos de Indias
Por Juan Cameron

Muchas veces, quienes trabajamos con imágenes e instrumentos sociales, observamos el mundo sin poder comprenderlo. E incapaces de explicarnos este fenómeno, intuimos que nuestro país ha sido tomado como una especie de laboratorio de algo que está más allá de nuestro alcance, con aires de la más pura modernidad; pero muy feo en todo caso.
Una breve relectura de Noam Chomsky, Jürgen Habermas o Fredrik Jameson, entre otros intelectuales contemporáneos, nos dará luces al respecto. No es tan difícil acceder a ese conocimiento. Basta con desembarcarse un rato de la estupidez televisada, del más tonto y fatalista foot-ball nacional, y recurrir al viejo truco del libro. A estas alturas, en verdad, cualquier vademécum nos explica la vida y obra de los pensadores en vigencia, sus posiciones analíticas y el cómo anda la filosofía en boga. Una y otra vez nos indicarán que el actual estado de nuestra civilización se llama posmodernismo y que el mentado posmodernismo no es sino la justificación ideológica del colonialismo.
Cualquier chileno de de clase media emergente o en vías de proletarizarse -tal es el verdadero conejillo de Indias- es cultísimo en la materia. Porque se expresa dentro de las principales marcas que las sospechas de los estudiosos nos indican: colectivismo fascista, superficialidad de imagen y agotamiento inmediato en el acto. El “chileno medio”, ese espectro diseñado por los genios de la TV, es el modelo preciso.
Este sujeto, de cotidiano habla o escribe (cuando escribe) de la profunda superficialidad en la que flota, de su imagen –ojalá mediática- y de un exceso capaz de ser consumido en un presente fulminante conocido como “evento”. En buenos términos, la mayoría de nuestros insoportables connacionales está contaminado por la tontera generalizada.
Y en este quemarse como mariposa en torno al fuego del capitalismo, los adolescentes y otros jóvenes menores de treinta, adquieren signos larvarios o de gusanos de seda enunciándonos la desaparición del individuo en un solo estilo y género. Varios de nuestros poetas más jóvenes adoptan esa actitud nefanda y parecen estar, definitivamente, enfermos de buena parte. Y de pronto descubren -Oh, milagro!- el sexo, le cantan al orgasmo y el ombligo del mundo lo sitúan en su propio ombligo.
Otros, académicos ya, repiten la gastada prosapia de la deconstrucción y, es claro, a tal paso pronto militarán en la crítica feminista y neocolonialista; cuando las descubran, se entiende. De seguro el desconfiado lector habrá leído alguna columna de arte justificando una instalación y su imagen reflejada o repetida en la pared de enfrente. Haber más sirve para todo. O se percatará, tal vez, que más de algún maestro confunde la diferencia de Jacques Derridá con la polisemia. ¡Gajes del oficio!
Un punto significativo en estas observaciones es el fetichismo de la imagen y la celebración del exceso. Muchos estudiantes secundarios poseen teléfonos celulares y suelen utilizarlos en su función de videos para captar y distribuir escenas de violencia, trátese ya de golpizas, ataques arteros, instalación de bombas caseras y otros. La tecnología les permite instalar estas ocasionales tomas en un sistema de distribución pública, supliendo de paso la tarea del ya alicaído y triste periodismo. Uno de estos sistemas es el conocido YouTube. Es de suponer que, dada la facilidad de acceso puede generarse, casi de inmediato, una fuerte fiscalización; está por verse. La pornografía de la imagen, una vez más, da paso a lo eventual en lugar de lo permanente, la imagen por lo sustancial, la superficialidad por lo axiológico. Los valores -y gracias a los aparatos ideológicos del Estado- quedan relegados a la integridad genital.
Este sistema, ya instalado entre nosotros, nos convierte en conejillos de Indias del aparato colonialista. Somos esos indiecitos buenos que sabemos comportarnos frente a la modernidad tecnológica; ejemplo para los demás países del continente. Y respecto al arte, hemos eliminado toda distancia crítica para ponerlo al servicio de la dominación y la desculturización. Todo vale.


Crónica escrita en 2007.-

Editor

sábado, 26 de julio de 2014

Cien años de la Matanza Salitrera (2a.Parte)


Cien Años, Segunda Parte
Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física

“Unámonos como hermanos que nadie nos vencerá”
Cantata Santa María, Luis Advis

Escribí la primera parte de este texto como simple relato de experiencias. Datos positivos, inspirado por los historiadores que escuché en el 2º Encuentro, impresiones, siguiendo de un modo más prudente el estilo de la Profesora Illanes, y de las emociones estudiantiles, que ya no tengo. Me pareció preferible distinguir ese plano de otro, más explícitamente político, analítico y de tesis. Es lo que quiero hacer ahora.

Una experiencia más, sin embargo, como punto de partida. En la noche del miércoles 19 de Diciembre pude ingresar a la Escuela Santa María, tomada desde hacía varias semanas por dos sindicatos, apoyados por estudiantes. Asistí a un foro: “Pensando formas de organización”. Exponían varios dirigentes sociales de base, representantes de organizaciones de muy diversa envergadura. Unas treinta personas casi llenaban una de las salas de clase. Un número difícil de establecer en realidad, porque la gran mayoría curiosamente salía y entraba continuamente, sin llegar a escuchar completa ninguna de las ponencias.

El estilo de los expositores, enfático, golpeado, abrumadoramente repetitivo, quizás justificaba esta circulación. En realidad en cualquier momento en que uno ingresara a la sala, con leves variaciones locales, se podían escuchar casi las mismas ideas. Las dos palabras que más se repetían eran “unidad” y “traidores”. “Debemos unirnos”, “dirigentes traidores”. Una paradójica mezcla de esperanza contenida y profundo desencanto recorría las exposiciones. Desde luego una enorme ira.

Un recuento, difícil, de lo expuesto podría resumirse en lo siguiente. Una preocupación mucho más urgente por las formas de organización que por los contenidos. Muy por sobre el título del foro, y a pesar de las reivindicaciones puntuales planteadas con vehemencia. Y un contrapunto dramático entre los reiterados “debemos unirnos” y los enfáticos “no podemos permitir que...” Dramático porque mientras los primeros eran genéricos, moralizantes y algo vagos, los segundos eran precisos y terminantes, impidiendo de manera visible toda esperanza de unión.

En algún momento los panelistas mismos empezaron a entrar y salir, y luego se agregaron tres o cuatro a los seis que ya habían hablado. Se obtuvo una conclusión sumaria, que muy pocos escucharon, y se levantó la sesión, sin más perspectiva que la decisión de mantener y apoyar la toma de la Escuela, y algunos aplausos. Me quedé con la aguda impresión de que lo que había visto era el vivo retrato de una de las izquierdas chilenas. La izquierda pobre, precaria, dividida, dramáticamente ineficaz. Ya he relatado en la primera parte de este texto algo del contrapunto, de la izquierda que conmemoró junto a la playa. La izquierda oscura, innoble, corrupta.

Como este es un texto de tesis, puedo avanzar una: no habrá izquierda real en este país mientras gobierne la Concertación.

Dos veces ya la izquierda ha puesto su 5% objetivo para sacar a Lagos y a Bachelet. Lo que se ha obtenido es que el movimiento social organizado, que lo hay, en la CUT, la ANEF, el Colegio de Profesores, los sindicatos mineros y madereros, ha permanecido congelado, entre las bravatas y las prebendas, con conquistas miserables, muchos eventos caros para dirigentes, y absoluta falta de voluntad para producir movilizaciones mayores. Algunos han obtenidos fondos para memoriales y conmemoraciones, locales de partidos, reales o en plata, fondos para las escasas ONG que no han pasado directamente al aparato del Estado, eventuales pactos de omisión. Otros, sobre todo los movimientos de pobres y de jóvenes, sólo han recibido manipulación, engaño y desencanto a manos llenas.

Esto no puede repetirse. Hoy el principal enemigo de la izquierda en Chile es el enorme poder de cooptación por parte del aparato del Estado. Un requisito mínimo para la rearticulación es quedarse de una buena vez sin los Fondart, los fondos de “desarrollo social”, las prebendas en los municipios que se comparten con la derecha, las “donaciones” desde la Presidencia de la República, los proyectos para reanimar ONG, las peguitas en las Secretarías Regionales e Intendencias, los eventos a todo trapo para que los dirigentes sociales “estudien” o “reflexionen”, los cinco diputados cagones que podrían darnos simplemente para que la ley electoral se mantenga sin cambios de fondo.

Propongo una segunda tesis: sólo elaborando un pliego breve, claro y contundente se pueden ordenar las innumerables reivindicaciones sectoriales que, por muy justas que sean, hoy dificultan la unidad real de los múltiples actores de la presión social. No hay que buscar mucho, la lista es más o menos obvia:
- re nacionalización del cobre,
- fin a la Constitución del 80,
- nacionalización de la deuda externa estatal, y fin al aval estatal de la deuda externa privada,
- re nacionalización de los servicios estratégicos de energía eléctrica, gas, agua y comunicaciones,
- drástica reducción del costo del crédito y fuerte royalties a toda exportación de capitales y ganancias.

Por supuesto que de esto deriva un enorme número de reivindicaciones económicas, políticas y sociales. Y cada sector hará las suyas. Pero he puesto énfasis en estas:
- porque son la condición de posibilidad de todas las otras,
- porque apuntan directamente a la esencia del modelo económico imperante,
- porque es en torno a ellas que se puede hacer política estratégica, más allá de las urgencias inmediatas, ciertamente atroces cada una de ellas.

La izquierda, al menos la izquierda, debe hacer política estratégica radical, debe ordenar sus diferencias en torno a un horizonte global, debe apuntar hacia más allá de la política inmediata.

Pero esto conlleva una tercera tesis, algo más teórica: se debe ir más allá de las falsas dicotomías entre lo global y lo local, entre la unidad y la diversidad, entre las formas de lucha o de organización.

No sólo hay de hecho sino que debe haber muchas izquierdas. La gran izquierda no puede ser sino un conglomerado en red de muchas organizaciones, que tengan diversas formas y alcance, que tengan intereses diversos, e incluso parcialmente contradictorios entre sí. Lo que necesitamos no es un partido único sino una red. No necesitamos una línea correcta sino un espíritu común. Un espíritu común ordenado en torno a esas demandas globales que he señalado. Una amplia voluntad de conectar las demandas sectoriales a esos objetivos globales que, como se habrá notado, son bastante definidos y concretos. Una amplia voluntad de aceptar como parte de las muchas izquierdas, de la gran izquierda, toda clase de formas de organización y de expresión que quiera reconocerse en esos objetivos.

Pero es necesario para esto una cuarta tesis: la rearticulación de la gran izquierda sólo es posible si se abandona la estéril y fraticida polémica entre “revolucionarios” y “reformistas”. La más profunda y dañina dicotomía que hemos heredado de la racionalidad mecanicista del enemigo.

Reforma y revolución no deben ser pensadas como alternativas sino como inclusivas. Todo revolucionario debe ser como mínimo reformista. El asunto real es qué más, qué horizonte radical buscamos desde las iniciativas reformistas que emprendemos. Todas las peleas hay que darlas. Lo local, lo cotidiano, lo pequeño, no es menos significativo para el que lo sufre que lo grande y lo global. El asunto es más bien el espíritu, el horizonte desde el que damos cada una de esas peleas locales. Alejarse de lo local aleja tanto de la revolución como quedarse en ello. Toda lucha local que quiera inscribirse en el horizonte de la gran izquierda y su espíritu debe ser respetada y, eventualmente, apoyada. El camino de nuestra revolución pasa por los objetivos estratégicos que he señalado, y ese es, y debe ser, un camino que contenga toda clase de tamaños, formas, ritmos y colores.

Cuando se habla de “revolución”, sin embargo, debemos ser claros en que estamos hablando finalmente de la abolición de las clases dominantes. Estamos hablando, en buenas cuentas, del fin de la lucha de clases.

Al respecto me permito una quinta y última tesis: hoy la gran lucha de la gran izquierda no es sólo contra la burguesía, es también contra el poder burocrático. Es la lucha histórica de los productores directos, que producen todas las riquezas reales, contra el reparto de la plusvalía apropiada entre capitalistas y funcionarios. Los burócratas, como clase social, organizados en torno al aparato del Estado, pero también insertos plenamente en las tecno estructuras del gran capital y de los poderes globales, los burócratas, amparados en sus presuntas experticias, fundadas de manera ideológica, son hoy tan enemigos del ciudadano común, del que recibe un salario sólo de acuerdo al costo de reproducción de su fuerza de trabajo, como los grandes burgueses.

El dato contingente es éste: la mayor parte de la plata que el Estado asigna para el “gasto social” se gasta en el puro proceso de repartir el “gasto social”. La mayor parte de los recursos del Estado, supuestamente de todos los chilenos, se ocupan en pagar a los propios funcionarios del Estado, o van a engrosar los bolsillos de la empresa privada. El Estado opera como una enorme red de cooptación social, que da empleo precario, a través del boleteo o de los sistemas de fondos concursables, manteniendo con eso un enorme sistema de neo clientelismo que favorece de manera asistencial a algunos sectores claves, amortiguando su potencial disruptivo, y favoreciendo de manera progresivamente millonaria a la escala de operadores sociales que administran la contención.

No se trata de analizar, en estos miles y miles de casos, la moralidad implicada. No se trata tanto de denunciar la corrupción en términos morales. El asunto es directamente político. Se trata de una corrupción de contenido y finalidad específicamente política. El asunto es el efecto por un lado sobre el conjunto de la sociedad y por otro lado sobre las perspectivas de cambio social. Por un lado el Estado disimula el desempleo estructural, debida a la enorme productividad de los medios altamente tecnológicos a través de una progresiva estupidización del empleo (empleo que sólo existe para que haya capacidad de compra, capacidad que sólo se busca para mantener el sistema de mercado), por otro lado se establece un sistema de dependencias clientelísticas en el empleo, que obligan a los “beneficiados” a mantenerlo políticamente.

Los afectados directos son las enormes masas de pobres absolutos, a los que los recursos del Estado simplemente no llegan, o llegan sólo a través del condicionamiento político. Los “beneficiados”, junto al gran capital, son la enorme masa de funcionarios que desde todas las estructuras del Estado, desde las Universidades y consultoras, desde las ONG y los equipos formados para concursar eternamente proyectos y más proyectos, renuncian a la política radical para dedicarse a administrar, a representar al Estado ante el pueblo segmentado en enclaves de necesidades puntuales, para dedicarse a repartir lo que es escaso justamente porque ellos mismos lo consumen, dedicarse a contener para que no desaparezca justamente su función de contener.

O, si se quiere un dato más cuantitativo: en este país, que es uno de los campeones mundiales en el intento de reducir el gasto del Estado, y después de treinta años de reducciones exitosas, el 35% del PIB lo gasta el Estado. La tercera parte de todo los que se produce. El Estado sigue siendo el principal empleador, el principal banquero, el principal poder comprador. El Estado se mantiene como guardián poderoso para pagar las ineficacias, aventuras y torpezas del gran capital, y para hacerse pagar a sí mismo, masivamente, política y económicamente, por esa función.

Reorientar drásticamente el gasto del Estado hacia los usuarios directos, reduciendo drásticamente el empleo clientelístico de sus administradores, y reconvirtiéndolo en empleo productivo directo. No se trata de si tener un Estado más o menos grande. La discusión concreta es el contenido: grande en qué, reducido en qué. Menos funcionarios, más empleo productivo. Manejo central de los recursos naturales y servicios estratégicos. Manejo absolutamente descentralizado de los servicios directos, de los que los ciudadanos pueden manejar por sí mismos, sin expertos que los administren. Lo que está en juego en esto no es sólo el problema de fondo de una redistribución más justa de la riqueza producida por todos. Está en juego también la propia viabilidad de la izquierda, convertida hoy, en muchas de sus expresiones, en parte de la maquinaria de administración y contención que perpetúa al régimen dominante.

Tengo que decir que una buena parte de estas tesis, que he trabajado desde hace bastante tiempo, y que resumen de manera simple lo que muchos otros intelectuales han pensado y trabajado también desde hace mucho tiempo, me resultaron urgentes en medio de la siguiente escena, que se dio en el marco de la conmemoración oficial de los 100 años de la matanza de la Escuela Santa María de Iquique: el Quilapayún francés cantándonos y haciéndonos cantar “El pueblo unido jamás será vencido” desde la misma tribuna en la cual el Ministro del Interior, Belisario Velasco, había mentido sin pudor mientras era abucheado sin pausa. La mayor parte de los que lo abuchearon cantaron con entusiasmo y profunda esperanza esta canción. Cuando terminaron el Ministro Velasco felicitó calurosamente a Quilapayún.

Iquique, 22 de Diciembre de 2007.-

Para Consuelo

Editor

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